sábado, 20 de julio de 2013

El Arrecife de las Sirenas



Ana era una niña muy dada a las fantasías. Era frecuente verla braceando con energía en un mar embravecido que ocupaba el pasillo de su casa: nadaba con esfuerzo avanzando losa a losa hasta llegar a la cocina, donde se ponía a salvo de la marejada sujetándose a una pata de la mesa. Cuando descansaba de esa travesía tormentosa, inflaba los mofletes reteniendo el aire para hacer una inmersión bajo sillas y armarios en busca de coral o de caballitos de mar. Su madre, cuando la veía al borde de la asfixia reptando por el suelo, le daba una palmada en la espalda y la mandaba a jugar a la calle. "¿Qué vamos a hacer con esta niña?" se preguntaba, entre divertida y preocupada. Porque la niña solía volver de los juegos de la calle siendo un naúfrago cuyo barco había encallado en un bajío de la plaza, una exploradora que buscaba el tesoro escondido en los roperos, o una aviadora que cruzaba el espacio aéreo del salón y se estampaba en los cristales de la terraza, y luego andaba perdida en la selva, entre macetas de geranios y aspidistras...

En cuanto terminaba el curso escolar, Ana se iba a casa de su abuela, junto al mar; allí pasaba los veranos y los días más felices de su vida.
La abuela era una mujer de mar y de vientos, de calmas y tempestades... Conocía cada roca y sabía dónde anidaban las gaviotas del acantilado. Enseñaba a Ana a interpretar las nubes y las mareas, a entender las voces de las aves marinas; le contaba historias de sirenas, de piratas, de barcos hundidos, de las risas misteriosas que, en determinadas noches, se oían salir del arrecife de enfrente. Su abuela también la llevaba de viaje alrededor del mundo, sin moverse del porche de su casa, trazando rutas en el viejo atlas. Así, desde la orilla de su mar rocoso, Ana iba siguiendo con la punta del lápiz la estela del ballenero del capitán Ahab y las aventuras del Nautilus. Sentía una inmensa fascinación por todos los mares y océanos del Mapamundi y, cuando se acercaba el fin del verano, Ana siempre se sentía como en medio de un naufragio.

El verano en que cumplió trece años, la abuela le regaló con mucho misterio un anillo: era un aro de plata con la imagen grabada de una sirena. Le dijo que lo encontró ella cuando tenía su edad, buceando entre las rocas del arrecife y que era un anillo único, prodigioso. Le pidió que lo guardara con cuidado porque podría serle útil si alguna vez deseaba algo con mucha fuerza.
La noche antes de irse a su casa bajó al mar con el anillo apretado en una mano y el atlas debajo del brazo y, ante el Arrecife de las Sirenas, pidió su deseo. Esperó un rato y no sucedió nada. 
Regresó a su vida de invierno de ciudad.
Pasó el tiempo.

Veinte años después, Ana celebraba su boda junto al mar en una fiesta con sus amigos. Había usado el viejo anillo de la sirena como alianza, en honor de su abuela muerta poco antes. Los novios se hacían las fotos de rigor al borde de los acantilados cuando Ana lo oyó. Entendió al instante. Tocó el anillo de la abuela, besó a su marido y saltó al mar... 
Dijeron luego los invitados que la vieron emerger unos metros más allá de las rocas, que se despidió con un gesto de las manos y que reía con sonido de caracolas; que la cola de su vestido blanco era de escamas brillantes que reflejaban el sol y que empezó a nadar hacia el sur, en dirección al arrecife de sus veranos infantiles, en busca, seguramente, de sus hermanas. Eso dijeron.


(Cuento revisado. El original lo escribí el año pasado para un libro llamado "A este lado del espejo", que se publicó a beneficio de la Asociación Acercando Realidades, por iniciativa de Laura Frost y con la colaboración solidaria de mucha gente)


16 comentarios:

  1. Por Dios, hermana, qué belleza... Ya sé que como comentario no queda nada elegante pero... se me ha puesto la piel de gallina al acabar de leer.
    Sei grande, cara.
    Mil besos.

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    1. Tú siempre eres elegante, hermana, siempre...
      Qué alegría me da que te guste.
      Un besazo enorme!

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  2. Siempre me apasionaron los cuentos de Sirenas, ¡son muy especiales! ;) Al leerte he recordado mi infancia, gracias María.

    Un fuerte abrazo.


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    1. Me encanta pensar que, por unos instantes, te ayudé a regresar a los recuerdos de infancia... eso es algo que me enorgullece, Mar, de verdad.
      Muchas gracias.
      Un abrazo para ti.

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  3. Precioso y destilando infinita ternura y sensibilidad. Gracias por volver a revisarlo y traerlo a tu Blog.
    Un abrazo en la noche.

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    1. Mil gracias a ti, Rafael, por tus lecturas y por tu generosidad, siempre.
      Desgraciadamente, mi cobertura en el verano es desastrosa y entro a saltos y a expensas de los caprichos de la red, así que me es difícil seguiros.

      Un gran abrazo, amigo.

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    1. Va a ser que las abuelas y las sirenas nos llegan muy de cerca, José...
      Muchas gracias.

      Un beso.

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  5. Qué bonito escribes, hija mía. Las niñas de Laura debieron volverse locas con este cuento, yo también. Un besazo.

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    1. Frida, muchas gracias, no sabes lo que me alegra que te guste... En este mi destierro de byts vuestras palabras me llegan como campanitas.

      Un montón de besos.

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  6. ¡Qué cuento tan bonito! Me gusta mucho.
    Beso.

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    1. Qué amable eres siempre, 81. Te lo agradezco mucho.
      En verano mis pamplinas suelen derivar mar afuera: no en vano vivo mirando el Mediterráneo.

      Un fuerte abrazo!

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  7. Siendo nuevo en estos lares, he encontrado tu blog y lo que he leído me encanta. Acabo de hacer un buen hallazgo. Un saludo.

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    1. Soy muy afortunada de que hayas recalado por aquí, Josep Mª, y agradezco tu presencia en este lar que ya es tuyo cuando quieras.
      Muchas gracias!!
      Un abrazo.

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  8. Precioso, de verdad que no puedo decirte nada más.

    Un abrazo.

    Pd: Todos tenemos nuestro extraño en el espejo, habrá que aprender a convivir con él.

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    1. Muchas gracias, Miguel, con mucho retraso veo tu comentario que me alegra un montón...

      Otro abrazo en esta tarde de regreso.

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