viernes, 7 de junio de 2013

Esas cosas con plumas


… No, verá, no es desde que vi la película de Hitchcock. Lo mío viene de antes, de mucho antes. Tanto daba que se tratara de pájaros grandes o pequeños, vivos o muertos, libres o enjaulados, agresores o agredidos, de largos vuelos o apegados de por vida al corral. Y sigue dando igual: si algo tiene plumas, a mí me rechinan los dientes y se me eriza la piel en todo el cuerpo a su sola mención. Incluso el roce fortuito con un sombrero tirolés me llevó en cierta ocasión a un estado cercano al pánico; y explíqueselo al pobre señor, que acababa de llegar de visita…

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… Pues así, que yo recuerde, nunca me picaron las gallinas y los pollos que teníamos en el corral. Yo, cuando me tocaba recoger los huevos, entraba chillando para que se apartaran de mí, y no dejaba de hacerlo mientras rebuscaba entre los ponederos. Palpaba con espanto aquellas bolas suaves y cálidas ocultas entre restos de paja y porquerías, y trataba de diferenciarlas, sin romperlas, de aquellas otras más ásperas, hechas de yeso y dejadas por allí como señuelos para estimular a las gallinas. Cuando tenía los huevos, yo salía del corral tan a gritos como había entrado, pero temiendo además que de mi carga de huevos, de alguno de ellos, pudiera en ese momento emerger la cabeza de un pollito. Con esa imagen terrible, el corto tránsito entre el corral y la cocina era un vía crucis. Al soltar los huevos en la mesa desfallecía, por el desplome de la tensión previa

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… No, nunca. Nunca consideraron en casa que me podrían evitar ese suplicio. Es más, pensaban que era bueno que aprendiera a superarlo. Claro que a partir del accidente ya no pudieron seguir manteniendo ese criterio, porque yo estuve varios días un tanto… digamos enloquecida, sí. Eso dijo el médico. Lloraba, gemía, soñaba y me estremecía sin parar, y eso que me prometieron y juraron que ya nunca más volvería a entrar en el corral. No, yo no me hice daño, es que al entrar con mis prisas y gritos pisé un pollito minúsculo, sin darme cuenta; quedó pegado a la suela de mi sandalia, pobre, un manojito de plumas con el amarillo pálido ensangrentado… Sí, es verdad, todavía tiemblo al recordarlo.

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… Bueno, sí, cumplieron su juramento pero con una excepción: cada año tenía que ser yo la que cortara las azucenas de las macetas del patio. Es que mi abuela le había hecho una promesa a la Virgen del Carmen, pero implicándome a mí. Yo cortaría las flores y se las llevaría a la Virgen cada mes de mayo. A nadie se le ocurrió poner las macetas algo más alejadas del corral, para facilitarme el ceremonial que me había endosado la abuela. La promesa tenía vigencia mientras que esas macetas florecieran. Sí, el castigo que me cayó fue duro y duradero, pero nunca me arrepentí de romperlas, no.

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… Quizá fue también por esa época. Hasta ese momento yo no me había fijado, pero entonces, una noche, me di cuenta de que tenía alas, unas alas enormes llenas de plumas. Mi tía se había pasado para ayudarme con mis rezos, como cada noche. El ritual era simple y acababa siempre con la oración al Ángel de la Guarda, y fue entonces cuando miré hacia el cuadro y me di cuenta de esas alas con plumas, muchísimas plumas. Las alas rozaban a la niña que estaba cruzando el puente sobre el riachuelo, en el cuadro. Sí, esa debió ser la segunda crisis gorda. El numerazo de la niña, le llamó mi abuela, que no sabía dónde meter aquel cuadro del ángel para que yo no lo viera.


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… Ya ve que no es capricho mío si le pedí que no utilizara esa pluma para escribir, aunque sea estilográfica y…

Ehem, este... lo siento señora, su tiempo de hoy ha terminado, lo dejamos aquí hasta el próximo día.

6 comentarios:

  1. Gracias por hacerme sacar una sonrisa con tu relato.
    Un abrazo y feliz fin de semana.

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    1. Aunque sólo fuera por esa sonrisa, valdría la pena escribir algunas pamplinas de vez en cuando :)
      Un abrazo y muchas gracias.

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  2. Todos tenemos nuestras fobias y nuestras filias, eso nos hace maravillosamente distintos. Gracias por escribirnos.

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    1. Así es, José, maravillosamente distintos y maravillosamente iguales: cada persona es una obra única y original.
      Gracias a ti.
      Un abrazo.

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  3. Genial, hermana. Sencillamente genial.
    Abrazo enorme.

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    1. Mis pájaros, ya te acordarás... O no :)

      Un abrazo!!!

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