domingo, 13 de enero de 2013

Carmelo


"Sólo se que algunas veces
cuando menos te lo esperas
el diablo va y se pone de tu parte."
J. Sabina.


Ojeando distraída un diario de alcance regional, encuentro, entre las noticias menores, una cara conocida. Me detengo a leer los cinco renglones que acompañan la foto. Dicen que el conocido delincuente Fulanito de Tal ha muerto en el atraco a una oficina bancaria de una barriada periférica de la ciudad.
Conmocionada, suelto la taza del café antes de que se me caiga al suelo.

Me parece que lo estoy viendo venir hacia mí aquella tarde, brusco y mal encarado, desde el otro lado del puente. Apenas era un adolescente con mala facha y persistencia de rasgos infantiles.
Trabajé durante un tiempo en esa ciudad, hace años, provisionalmente. Me trasladé sola: mi familia, mis hijos, quedaron en la vivienda habitual, en nuestra casa.
Una tarde -tarde rozando la noche-, de regreso a mi alojamiento, cruzaba por el llamado viaducto, a esa hora un lugar oscuro, aislado y solitario. Abstraída en el repaso de mis dificultades familiares y económicas, no me di cuenta de su presencia hasta que estuvo a pocos metros frente a mí. "Dame un cigarrito", dijo en tono desafiante, y yo empecé a rebuscar en el bolso el paquete de Ducados. Entonces sacó la navaja, una navajita pequeña con las cachas de madera pintadas de colorines con dibujos geométricos, y dijo, envalentonado: "dame mil pesetas", y yo: "¿estás tonto? no te puedo dar ese dinero", "dámelo, lo necesito", insistía él, "no te lo voy a dar, yo también lo necesito; no te lo voy a dar, toma el cigarrillo, te doy otros para luego… Por cierto, no deberías fumar, eres muy chico", "y a ti qué te importa, tú también fumas", "ya, dije, pero yo ya no tengo remedio".
Nos miramos desconcertados, sin saber qué hacer, cómo seguir esa escena, descolocados y asustados. Él guardó la navaja en un bolsillo. Encendimos los cigarrillos, uno cada uno. Hacía frío y empezamos a andar en la dirección que yo llevaba; hablamos de cosas corrientes: el trabajo mío, los amigos suyos… Se interesó por mis hijos y yo le pregunté por su madre y sus hermanos. Al llegar a la placita al lado de mi casa, le propuse tomar algo en una cafetería cercana; aceptó a condición de pagar él, yo pedí café y él un batido de chocolate.
Nos despedimos en la puerta con dos besos y algunas recomendaciones. Yo, que se anduviera con ojo con el tabaco y otras cosas; él, que no fuera tan confiada y nunca, nunca, me parara a atender a desconocidos, sobre todo si tenían su pinta. Yo, que contara conmigo si en algo podía ayudarlo durante el tiempo que me quedaba que estar allí, en su ciudad; él, que si tenía problemas con algún tipo de su misma calaña, que le dijera que era su amiga, amiga del Carmelo de Las Moreras, a modo de salvoconducto.
"Adiós, Carmelo, gracias por el café", "Adiós, María".
Al mismo volver la esquina de mi calle oí un grito: "ladrón, ladrón, mi cadena". Volví atrás. En mitad de la plaza, una señora chillaba y elevaba los brazos, alternativamente, hacia el cielo en actitud suplicante, y hacia el viaducto, acusadores.

Dice el diario de hoy que el conocido delincuente ha muerto de forma accidental, mientras escapaba del lugar del delito. Había robado siete mil quinientas cincuenta pesetas.

8 comentarios:

  1. Por aquella época mil pesetas eran mucha pasta.
    A mi casi me cortan un dedo porque no me salía el anillo de comunión. Menos mal que al fin salió.
    ¡Mucha,mucha, policía...!

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    1. Era mucho dinero, sí, para mí suponía ir a casa un par de veces :)
      Me ha hecho gracia lo de tu anillo de comunión -con mil perdones, porque parece que se lo llevaron-
      Un abrazo, José.

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  2. Bonito relato, que como siempre, sabes ir detallando con esas pinceladas magistrales.
    Felicidades por el mismo María.
    Un abrazo y un buen comienzo de semana.

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    1. Un abrazo, Rafael, y gracias por tus comentarios, como siempre.

      Feliz día.

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  3. Es un texto digno de la Mare que conozco: confiada, tierna, comprometida, amiga de sus amig@s y de los desconocid@s. Tú sí que haces de cada día un viaje… porque sabes ser y mirar.

    Gracias por este texto, gracias por todas tus pamplinas :-)

    Besos y un fuerte abrazo.

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  4. Tú y tu generosidad extraordinaria, Mari Carmen.

    Muchas gracias a ti, por tu presencia, por tantas cosas...

    Un abrazo enorme, amiga.

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  5. De sobra es sabido que los delincuentes no roban a personas conocidas, por lo menos los de la época de las pesetas, los de ahora roban hasta a su madre, ¡se ha perdido el respeto y la consideración!
    Besos de gofio

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  6. Así es, Gloria, parece que aquellos ladronzuelos de barrio mantenían ciertas líneas de demarcación ética :)
    Carmelo y María se encontraron como dos seres desdichados, cada uno a su manera, y eso crea una cierta complicidad en el desamparo. O algo así.

    Un abrazo desde un poco más arriba en el mapa.

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