domingo, 2 de septiembre de 2012

La cara B del día



Hoy me pensaba levantar a las tantas. Iba a estirar la pereza como la pompa de un chicle hasta que me estallara en la cama; iba a pasarme horas tomando café caliente mientras leía en el ordenador los titulares de algunos diarios virtuales, y luego más horas leyendo la novela que llevo entre manos... Error de cálculo. 


El día que esperaba de clase A se me presentó por la cara B. Ya de entrada, me despertaron tempranísimo los estornudos alérgicos de mi vecina que, una vez empiezan, se van intensificando en volumen y frecuencia hasta convertirse en una ráfaga ininterrumpida. La pobre debe pasarlo fatal. Yo también. Estaba a punto de llegarme a su casa a ver si podía hacer algo por ayudarla cuando cesaron los estornudos tan de golpe como habían empezado. 
Traté de dormirme de nuevo, pero a mi alrededor flotaban cajas de antihistáminicos organizándose contra un posible ataque de alergénicos a mi vecina. 

De ese duermevela farmacológico me sacó el timbre del teléfono. Mi amiga Pepa me necesitaba para ir de compras. Ella sabe de sobra que odio ir a comprar lo que sea, que mi inclinación al consumo es nula y jamás compraría nada si no fuera porque necesito comer varias veces al día. Lo sabe. Y sabe que no le sirvo para hacer elecciones de ropa o de aparatos electrodomésticos... Pero aun así insiste en que la acompañe -de puro perversa que es- con lo cual mi gran desayuno estirado hasta que me aburriera se va al traste. 

La recojo con mi coche y me pide que aparque en un sitio donde aparcar es un punto más difícil que poner una pica en Flandes, pero ella quiere allí y yo no tengo ganas de discutir, así que le digo que usaré la técnica de aparcar a la italiana (*)

- ¿Eso significa decirle ciao al coche? -pregunta Pepa, tan mona ella-

- Sí, en parte es eso, porque lo más seguro es que se lo lleve la grúa y no lo vea en unos cuantos días -le contesto enfadada, mientras meto el coche en la acera de mala manera- 

Al bajar, la oigo protestar porque se le ha metido un tacón en la reja de una alcantarilla que estaba junto a su puerta. Me alegro.
Me mete en un centro comercial abarrotado donde yo me aturdo y acabo por perderme, doy mil vueltas entre ropa y zapatos y todo tipo de bienes de consumo que no necesito ni me interesan... Cuando, a las dos horas de estar en ese infierno, Pepa pide mi opinión sobre una máquina enceradora de suelos, echo a correr hasta encontrar una salida, y justo ahí se me acabó de joder el día, porque choqué contra un ciclista que pasaba en ese momento por la puerta por la que yo salí de estampida, y ambos estamos ahora en un pasillo del hospital, en espera de vendajes varios. 
Menos mal que el chaval es buena gente y... Bueno, aquí estamos, confraternizando, contusionados, tomando un colacao de máquina en vaso de plástico y hablando tranquilamente de la Vida y de nuestra vida, entre camillas que van y vienen. 

(*) Instrucciones: cójase una calle atestada de vehículos, véase que las posibilidades de que se despeje un hueco son nulas, ármese de cara dura y embuta su coche en una acera, entre una farola y un árbol, con la próxima pared a un palmo del parabrisas y un usillo exactamente bajo la puerta del conductor (tener en cuenta esto último para no dejar caer las llaves a lo tonto justo ahí), sálgase de ese bocata por donde se pueda y échese a correr, aprovechando la ventaja que da el factor sorpresa y que el bobi es, o un señor mayor, o un poco más lento que una, o despistado, o todo ello a la vez.

9 comentarios:

  1. Si el ralato ya es de por sí gracioso y relata ese no querer despertar, entre estornudos y otras cosas, y a la vez hacerlo a la fuerza para tener que ir de compras con una amiga, al final, cuando describes esa llamada sobre el aparcamiento a la italiana ya es la guinda. Sonrío, (una vez más), con tu escrito, con lo cual me doy por satisfecho.
    Un abrazo y feliz domingo.

    ResponderEliminar
  2. Pobrecita. Al menos no te tropezaste, de nuevo, con esa culebra de mal agüero. Es lo único que te faltó.

    ResponderEliminar
  3. Yo me doy por muy satisfecha con tu sonrisa, Rafael.
    Muchas gracias por este comentario, por tu generosidad.

    Un abrazo, y que tengas una buena noche.

    ResponderEliminar
  4. No, José, la culebra no vino de compras, por fortuna para ella; me la cruzo raramente y no parece de mal agüero, sino un ser solitario: no he visto a nadie más de su especie por aquí.

    ResponderEliminar
  5. Todo eso arregla con una buena olla fresca. Dice tu hermana que las manitas de cerdo, ingrediente principal, tienen no sé que cosa que ni Pepas ni aparcarcientos italianos.
    Ven mañana.

    ResponderEliminar
  6. Caramba, que fuerte debe hacerte tu sentido del humor.

    ResponderEliminar
  7. Querida prima Anónimo: ando despidiéndome de este azul septiembre que me fascina porque mañana mismo me voy a Sevilla... Esa olla y sus ingredientes -que nada tienen que envidiar al bálsamo de Fierabrás- espero que estén disponibles en otro momento.

    Como sé que también tienes viaje en unos días, te deseo lo mejor, como siempre.

    Un montón de besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Marchamos casi el mismo día con muletas, humor y bálsamos diferentes. Esperemos que sea de cara A.
      Si vuelves en otoño por este rinconcico maravilloso aún encontrarás ese azul.
      Cuídate y besos para ti también.

      Eliminar
  8. Es cierto, Anuar, el sentido del humor es una buena muleta para andar por el mundo, sobre todo cuando toca un terreno accidentado.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario.