martes, 21 de agosto de 2012

Vacaciones


A la mujer elegante vestida de rojo ya le daba igual el tiempo, había dejado de preguntar y de mirar los relojes hacía horas, pero de todas formas, por hacer algo, se levantó del asiento de diseño -rejilla dura de color aluminio y frustrada vocación anatómica-, se estiró las arrugas de la falda y caminó despacio hacia los mostradores de las agencias, mirando de reojo los paneles anunciadores, por pura costumbre. Bordeó las colas sólo para comprobar que todo seguía normal: largas filas de gente cabreada, empujones y vocerío, empleados de sonrisa de hielo y mirada perdida, personas seguramente sensatas y cabales que imploraban llorosas y que llegaban al desconsuelo si la noticia era la de siempre: todo paralizado.
Siguió hasta el fondo, donde, detrás de las mamparas, estaban visibles los carros cargados de maletas, moles cúbicas y piramidales de maletas encajadas a la fuerza: maletas grandes, medianas, pequeñas y minúsculas, cuadradas, alargadas, con cremalleras o broches metálicos, con asas cortas, con asas extensibles, con correa larga, con ruedas, de materiales duros y rígidos, duros pero flexibles, de cuero, de plástico, de tela, de colores lisos oscuros y lisos chillones, de dibujos, de rayas, de cuadros… ¡de locura! 
La mujer de rojo casi no recuerda las suyas, por eso las mira todas y se enternece: desde lejos y amontonadas, todas las maletas son sus maletas, todas son una misma promesa de movimiento hasta ahora incumplida.

Endereza la espalda y los hombros y se vuelve a su área de descanso. Le duelen los pies, se sienta, se quita los zapatos y se masajea sin pudor los tobillos hinchados. Mira a su alrededor, a los compañeros que han elegido su misma zona de descanso y con quienes comparte por azar el tiempo atado de la espera: a su derecha los tres chicos ingleses, siempre recostados contra una pared y siempre resbalando al suelo sobre una mochila; el matrimonio de cincuenta y tantos años que va, o iba, a asistir al primer parto de su hija, y cuyos rostros han pasado por toda la gama expresiva, desde la felicidad radiante hasta la actual mueca fija, decepcionada y boba. Delante, en la otra fila de asientos, callada y seria, la muchacha que lee sin parar taconeando el suelo y que a veces se enjuga una lágrima mirando con disimulo los paneles mudos; a su lado, una pareja joven tratando siempre de mantener entretenidos a sus hijos: los niños cantan desafinados, juegan al escondite, comen chucherías, corren, tropiezan, berrean, van al baño: todo sin pausa. Detrás hay un grupo de hombres con trajes y maletines que se presentaron como médicos camino de un congreso y que ahora, pasados los primeros enfurecimientos, se divierten contando anécdotas raras y bebiendo desinhibidos.

La mujer elegante sabe que por toda esa larguísima sala y sus recovecos hay grupos parecidos a este suyo, que funcionan en forma similar, guardándose mutuamente los asientos, escuchándose, consolándose, prestándose alguna cosa necesaria o superflua, haciéndose pequeños favores y promesas de grandes, turnándose para buscar información o unos cigarrillos.

A veces vienen de otras zonas y comentan que existe un rumor que dice que han visto a unos empleados acercarse a las maletas, o que han oído unas palabras sueltas por la megafonía que podrían ser esperanzadoras; o llegan noticias de situaciones especiales, como una pelea violenta en tal grupo, o una infidelidad flagrante en tal otro.

La mujer de rojo centra su atención sólo en los vecinos colindantes, para poder delimitar su nuevo universo.

Saca una agenda del bolso, escribe algo, se muerde el labio y parece que va a llorar, pero recompone el gesto, se calza y va al lavabo a arreglarse el pelo antes de iniciar otro paseo hasta los mostradores de las agencias, las colas, y más allá, hasta los contenedores llenos de maletas amordazadas e inmóviles en el limbo infinito de la terminal.

13 comentarios:

  1. Espero que una experiencia semejante no me ocurra dentro de unos días, cuando tenga que estar en una situación semejante en dos aeropuertos distintos y lejanos.
    Un abrazo en la noche.

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  2. Uy, pues espero que no, desde luego.
    Te deseo un estupendo viaje, sin demoras en demasía y que sea muy satisfactorio.
    Aeropuertos lejanos suena hasta exótico, y no veas la "envidia" que me das.

    Un fuerte abrazo, Rafael.

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  3. Experiencias viajeras mucho más frecuentes de lo justificable y que tú narras con minuciosidad y la misma furia contenida que los que la padecen. Esperemos que el amigo Rafael no tenga que pasar por ella y su viaje cumpla todas sus expectativas.
    Un abrazo viajero sin demoras.

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  4. " La mujer de rojo casi no recuerda las suyas, por eso las mira todas y se enternece: desde lejos y amontonadas, todas las maletas son sus maletas, todas son una misma promesa de movimiento hasta ahora incumplida.”

    Qué bonito párrafo, Mare, y qué delicia de texto. Me encantan las estaciones de tre, de autobuses, las terminales de los aeropuertos… Todos esos microcosmos llenos de vida, de sueños, de alegrías, despdidas… Y con ese doble juego de destino y destino: el trancurso y el punto final.

    Enhorabuena, cielo, es una maravilla de texto.

    Besos y abrazos.

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  5. José María Araus22 de agosto de 2012, 0:19

    Qué bien escribes.
    La mujer de rojo alquiló una consigna, le dieron la llave de la taquilla, y se quedó a vivir en ella. Con el tiempo descubrió que en las taquillas de la consigna, apretados y comiendo de los restos de las comidas de los demás viajeros vivía una comunidad a la que acabó por conocer y que paseaban por el aeropuerto como habitantes de pleno derecho. Sin origen, sin destino solo viviendo. Carpe Diem.

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  6. Bueno, era una comunidad de 81 supervivientes. La edad va haciendo estragos. Menos mal que tu eres joven. Me lo parece por los conflictos que planteas. No pasa nada. Cada mañana repite tres veces en voz alta. ¡Soy feliz! ¡Soy feliz! ¡Soy feliz! Eso alivia mucho y te convence de que en realidad eres feliz. Y no te encierres en una taquilla de aeropuerto como dice mi alter ego, Repítete ¡Soy feliz y vive!

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  7. Seguro que Rafael hace un viaje sin ese tipo de contratiempos, Mafalda.

    Una vez, viajando a Turquía, pasé varias horas sin poder salir del avión, en un aeropuerto cuyo nombre ignoro, en el que tuvimos que aterrizar por la erupción de aquel volcán islandés... Acabamos un grupo de gente contándonos historias más o menos fabuladas, como si estuviésemos en sillitas a la puerta de nuestra casa, en mis veranos infantiles. Así pasamos bastante entretenidos el mal rato :)

    Muchas gracias por tu comentario.

    Un fuerte abrazo

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  8. Muchas gracias, Mari Carmen, tus palabras siempre encierran tanto cariño...
    A mí también me gusta esa apariencia de estar de paso que dan los lugares "de estar de paso", es como si la vida se redujera por un tiempo a esperar el turno para partir, y se aligeran los equipajes.

    Muchos besos, querida amiga.

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  9. Muchas gracias por tu opinión, José María, y por tu presencia aquí junto a tu alter ego.

    Me ha encantado ese cuento que nos dejas sobre la comunidad de habitantes del aeropuerto viviendo en las taquillas, comiendo lo que dejan los viajeros, teniendo su mundo en la terminal... ¿Sabes? me ha recordado que yo, de chica, estaba convencida de que en mi estómago vivía una familia diminuta que se alimentaba de lo que yo iba echándoles cuando comía; los veía sentados alrededor de la mesa camilla, cubiertos en ristre, esperando su alimento.

    La edad va haciendo estragos, 81, lo sé bien y de primera mano. Quizá esos conflictos que me hacen parecer joven no son más que conflictos que se me eternizan :)

    Ser feliz... Hay que creer que es posible. Y lo soy. A ratos -¿Conoces la anécdota de Abderramán III sobre eso?-

    Un abrazo, y feliz noche.

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  10. José María Araus23 de agosto de 2012, 17:49

    Qué bonita la idea de la familia dentro del estómago. Me parece que la familia mía ha hecho obras de ampliación del comedor, porque no consigo reducirlo. Para mí que han tenido trillizos y han ampliado el local. La idea de las taquillas es de "La soledad de las Palmeras", un relato de Óscar Alonso Álvarez, ganador del premio Ateneo de La Laguna del año 2004. Estupendo cuentista.
    En cuanto a la felicidad, afortunadamente todos somos felices "a ratos" la felicidad continua sería la ataraxia, cosa de filósofos. ¿Te imaginas no tener un sentimiento de culpa después de cenarte con las amigos un bacalao al pil pil untando toda la salsa? Sobre todo cuando vas a la báscula y la sacudes una y otra vez a ver si está estropeada, pero no. Se te baja el ánimo a los pies. Como te digo, felices a ratos.
    No conozco la anécdota de Abderramán III, y me gustaría conocerla.
    Ánimo y unta la salsa mientras haya, que momentos malos nunca faltarán.

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  11. En cuanto termine mi retiro, voy a comprarme ese libro de relatos. Mil gracias por la reseña.

    Felices a ratos, a ratos culposos -aunque yo culpas gastronómicas, poquitas, uso más otros sectores-

    Lo de Abderramán se lo oí contar a Antonio Gala, hace tiempo. Resumiendo: era el califa poseedor de las mayores riquezas, honores, poderes y hasta de una bellísima esposa y cuantas cosas deseara; le preguntaron al final de su vida si ésta había sido feliz y contestó que fue feliz trece días. Y no juntos. Como si trece fueran demasiados para encima tenerlos seguidos :)

    Me he divertido mucho con tu comentario, con tu gran familia del comedor y ese bacalao llenito de salsa...
    Gracias José María.

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  12. Menudo viajecito, por desgracia tan repetido. En los aeropuertos las personas nos convertimos en bultos sospechosos o experimentos sobre la resistencia humana.
    Pero al fin y al cabo la vida es un viaje. Un bello y jodido viaje hacia ninguna parte.

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  13. la vida es un viaje, a veces bello, a veces jodido, siempre -bueno, casi siempre- con bastantes elementos de interés.

    Ya nacemos viajando, en el tiempo -cada cual con el suyo- y en el espacio: todos en esta nave planetaria, compartida aunque no justamente repartida...

    Muchas gracias por tu aportación, José.

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