viernes, 24 de agosto de 2012

La hermana de Leocadia


Leocadia creció sabiendo que su hermana había sido una niña preciosa. 
La pobre sólo vivió unos cuantos días, pero fue un tiempo más que suficiente para encandilar a toda la familia con su belleza y sus monerías, y para dejar en la casa un recuerdo permanente, imborrable... Por comparación, la niña que nació un año después y se empeñó en seguir viva, siempre salía perdiendo. 
...¡Qué canijilla es ésta, con lo gordita que era la niña...! ...¿Os acordáis de los ojos tan azules que tenía la niña?... ¿Y el pelito tan rubio?

Así, al tiempo que iba conociendo las muchas gracias de su desconocida y efímera hermana, aprendía que no eran esas las cualidades con las que ella contaba. Aunque algunas veces recibió aprobación, e incluso francas alabanzas, sobre algunas facetas de su persona, lo cierto es que casi siempre las percibía matizadas por el recuerdo más o menos explícito, por la persistente presencia de la hermana. 
- "Cómo ha crecido, qué mona está..." 
- "sí... ¡ay!... su hermana ya habría cumplido nueve años, estaría también muy alta..."

Leocadia se miraba al espejo en contadas ocasiones, pero cada vez que lo hacía, veía solamente aquello que no tenía y que constituía para ella la belleza rotunda. Aprendió a mirarse en las carencias, en una elaborada forma de no-verse, o verse por exclusión. Viéndose siempre en relación con el paradigma adoptado, su no-belleza aumentaba con los años, en la misma medida que aumentaba la fantasmal belleza de su hermana, cuyos rasgos inexistentes iban tomando las formas y medidas que correspondían a su edad recreada, primero niña, luego adolescente.

Con la mayor naturalidad consideró que su cuerpo, y por extensión su persona al completo, era una propiedad poco amable. Hizo cuanto pudo por invisibilizarse, situándose en un terreno de acorporalidad que le permitía no tener que soportar lo que consideraba un lastre grosero. Durante años, en un intento por desprenderse al mismo tiempo del cuerpo y de sus afanes, utilizó el sistema de negarlo en sus apetencias y en algunas de sus necesidades.

¡Años aprendiendo a no quererse!.

De nada sirvió el cariño que le demostraron las amigas del colegio; siempre pensó que se debía a sus bondadosos corazones el hecho de que la consideraran una buena compañera de juegos y confidencias. Por eso las quiso tanto.
En el instituto tuvo dos amores, y confió ciegamente en perderlos de vista antes de que se dieran cuenta del enorme error que estaban cometiendo al fijarse en ella, tan carente de méritos. Los adoró con nombre y apellidos para recordarlos siempre.
En lo sucesivo, este esquema de relaciones se repitió siempre. Si alguien la quería, ella hasta lloraba de puro placer agradecido, pero se mantenía en la seguridad de que sería algo breve, el tiempo preciso para que la persona en cuestión la viera bien y se desencantara. Así que era mejor romper enseguida los vínculos, y eso hacía.

Sólo una persona permaneció durante muchos años cerca, y decía amarla, pese a los esfuerzos de ella por hacerle ver lo desatinado de esa conducta. El tiempo la ayudó, y a fuerza de mucho golpear sobre las muestras del amor más incondicional, consiguió romper la obstinación de su amante en seguirla amando. Al fin él se marchó, y ella confirmó así que su persona no valía la pena.

Y confirmó su destino de segundona no deseada, no querible ni adorable.
Por eso lloró tanto.



15 comentarios:

  1. ¡Qué bien relatas, María! Me ha cautivado esta historia, me esperaba ún final tipo "Patito feo", pero tú, mujer inteligente, has seguido los pasos de la tristísima, a veces, realidad.
    ¡Cuántos casos similares conocemos de gente que no se permite quererse lo más mínimo porque desde niños les han hecho creer que nunca estarná a la altura de otro!
    ¡Triste historia!, de las que hacen pensar.
    Un abrazo grande.

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  2. Es una historia triste, pero que seguro que muchas veces la escuchamos de otras bocas y más antiguamente.
    Un abrazo en la noche.

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  3. María estas que te sales. Enhorabuena. Tiene magia, mucha magia.

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  4. Me inspira tu desprendimiento en el párrafo "Propiedad".

    Gracias por contrubuir (sin proponértelo) a mi entrenamiento en estoicismo.

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  5. Qué estupendo relato. El peligro de este personaje es que parece que a lo largo de su vida ha hecho un nidito con su baja autoestima y en él se siente cómodo. A todos nos pasa a veces y si te acomodas ahí es peligroso. ¡Pero está tan bien contado! Te felicito.
    Beso

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  6. Mafalda, eres sumamente amable en tu opinión sobre mi inteligencia :) Me alegra muchísimo que te haya gustado este relato, le he cogido cariño a Leocadia y a su firme convicción de ser infeliz.

    Es verdad que no quería un "patito feo", porque rara vez esos patitos acaban en bellos cisnes; es harto más frecuente que se queden en su charco, por mera costumbre, por inercia...

    Muchísimas gracias por tu comentario.

    Un fuerte abrazo.

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  7. Tienes razón, Rafael, es una triste historia muy repetida. Era frecuente crecer teniendo que competir con sombras ante las cuales una estaba perdida, vencida de antemano...

    Muchas gracias por comentarlo.

    Un abrazo.

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  8. Gracias, José, me alegra mucho que te guste esa historia.
    La forma en que uno se percibe y percibe el entorno es determinante, en este caso tristemente determinante.

    Un abrazo.

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  9. Si algo de lo que hay aquí te inspira o te viene bien, me alegro un montón y sólo puedo decirte que estás en tu casa. Bienvenido, anuar bolaños.

    Es curioso que menciones el entrenamiento en estoicismo, yo creo que llevo el mismo -o similar- camino.

    Gracias por venir.

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  10. Es justo eso, 81. Uno se instala en un nido y resulta cómodo aunque haya dolor, aunque el nido pinche; quizá porque arriesgarse a salir da mucho miedo y eso pesa más y dificulta echarse a volar fuera de los esquemas atrapadores. Al fin, cada cual se instala como puede...

    Muchas gracias por tu comentario, y feliz noche.

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  11. José María Araus26 de agosto de 2012, 0:14

    Sal de ese nido. No te quedes ahí, aunque te cueste. Vale más dormir en una rama, libre, que cobijada en un nido destructor. Dices miedo, pero miedo a qué, a la libertad y a la responsabilidad. No renuncies nunca a la responsabilidad y al final serás libre y feliz.
    Naturalmente ésto se lo estoy diciendo al personaje, no a ti, que nunca hay que confundir al autor con el personaje. Pero escribes tan bien, que he llegado a confundirlos.
    Y sobre la felicidad, dicen que la única manera de ser feliz es ser idiota o hacerse el idiota. No te aconsejo este tipo de felicidad , sino el de asumir la responsabilidad y aplicar el coraje paras salir del nido y dormir en la rama. Y eso te lo digo yo que quizás soy el menos indicado.
    Beso

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  12. Qué historia tan extraordinaria, Mare. Una triste realidad pero que, envuelta en el calor y la magia de tus palabras, se torna hermosa. No hay nada más terrible que intentar ser la proyección de los sueños de los demás.
    Dicen que la comparación es odiosa, y es cierto, pero nosotros mismos fomentamos esa competitividad, sin aceptar las individualidades. Pasa en el trabajo, en los colegios… Incluso, como bien apuntas, en la intimidad de algunos hogares. Con lo hermoso que es aceptar la diversidad…

    Enhorabuena, Mare, por el texto, me ha entusiasmado. Y si me lo permites, quisiera dar las gracias a tod@s los que, con sus consideraciones y comentarios, amplían este espacio, ya de por si asombroso, en especial a José María Araus por sus intervenciones tan originales y, literariamente hablando, notables. Disfruto mucho leyéndoos.

    Besos y abrazos.

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  13. Comprendo que hablas para el personaje, José Mª, y agradezco el calor de tus palabras en nombre de Leocadia.
    "Somos cuentos contando cuentos..." (Pessoa dixit, Saramago también) y a veces somos contadores que nos contamos o personajes que nos cuentan, a saber -qué lío-
    Pero yo duermo siempre en las ramas, aunque muchas veces me caigo y me rompo un ala: suele sucedernos a todos :)
    Tus opiniones son siempre bienvenidas; ser o no "indicado" para decir algo es cosa digna de un debate monográfico, cuando menos.
    Mil gracias.

    Un abrazo.

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  14. Querida Mª Carmen, como siempre, haces unas reflexiones en torno al tema que son de alto nivel.

    Lo cierto es que vuestros comentarios, todos ellos, son mucho más valiosos que el texto que los suscita: me siento deudora de vuestra generosidad, que siempre enriquece mis escritos.

    Me alegra mucho que te haya gustado este relato. Muchas gracias por comentarlo.

    Y muchos besos.

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  15. Pocas veces el marco supera el lienzo, y este no es el caso ;-)

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