viernes, 29 de junio de 2012

Una mujer en el maletero


Cuando dijo que se iba y yo escuché el portazo en mi cabeza, en realidad ya se había ido hacía mucho tiempo. Yo no lo sabía, y él tampoco. Pero se había ido tras la chica de al lado, esa tan mona de pelo rizado como un perro de aguas. Siempre temí que acabaría sucediendo.

Después vino aquel terrible periodo de depresión en el que, incluso, tuve que dejar mi trabajo como vendedora en un concesionario de coches; trabajo que, si bien no era el sueño de mi vida, me permitía viajar mucho y usar siempre los mejores coches de la compañía. Al despedirme, con el finiquito me dieron uno de los coches más viejos del almacén, no sé si como regalo o como parte del salario final -no me puse a echar cuentas.

Salí con el coche dispuesta a usarlo para deshacerme de sus cosas. Las cosas suyas que quedaban en mi casa eran mis zapatos: todos mis zapatos eran Sus Cosas porque él me los compraba. Le encantaban los zapatos de mujer y convirtió mi armario, al poco de vivir juntos, en una réplica del que debía tener Imelda Marcos cuando salió de Filipinas.

El día que me levanté llorando un poco menos me enfrenté al armario dispuesta a hacer limpieza: pares y pares de zapatos bien ordenados de todos los colores, materiales y formas, cerrados y abiertos, con plataformas, con tacones finos, gordos, largos, cortos, larguísimos de caerse y matarse; con suelas de cuero, de crepe o de goma; con puntas redondas, cuadradas, triangulares, en punta de las que machacan los dedos. Todos los modelos tenían sus nombres escritos en las cajas, con tinta negra y trazo grueso, que él rotulaba con esmero en letras enormes: Merceditas amarillos, Merceditas -pero menos- marrones, Manoletinas verde oliva, Topolinos violeta, Fiesta negros brillo, Gran fiesta plata y azul, Salón azul marino, Botines charol, etc, etc.
Vomité al ver esas cajas alineadas con su contenido de fetiches.


Los bajé al coche en el carro de la compra, tuve que dar varios viajes para llevarlos todos. Llené el maletero hasta los topes y sobraban cajas. Entonces los saqué de las cajas y los eché sueltos, apretándolos bien. Ya con todos dentro, decidí tirarlos a un barranco cerca del pueblo y salí hacia allí. Cuando abrí el maletero para empezar la purga "zapateril", me encontré a la chica mona de pelo rizado sentada dentro, calzada con mis preciosas sandalias doradas de tacón de 12 cm. y en una pose de descaro tal que le cerré de golpe la puerta, muy irritada. Volví a mi asiento y conduje de vuelta a casa.

Todos los días llevo el coche y su carga de zapatos al barranco y todos los días ella está dentro sonriendo y con algún par de mis zapatos puestos, siempre distintos, según su ropa o su no ropa, que alguna vez está en cueros. Pasan los meses y ahora usa, de preferencia, merceditas y manoletinas, porque está embarazada y se ve que los taconazos no le van bien. Yo siempre la miro con todo el desdén que puedo y cierro de golpe la puerta del maletero en sus narices, para que se fastidie.

Estoy pensando en despeñar el coche por el barranco, pero dice mi terapeuta que no es buena idea. Él sabrá, que para eso le pago muchísimo dinero. Aunque esta es otra historia.

De momento, sigo teniendo que ver cada día a esa mujer de pelo rizado en mi maletero, sentada o recostada hábilmente sobre mi montaña de zapatos, posando como una diva, siempre con un par. Pero ahora yo me llevo cartas escritas por él y leo alguna en voz alta frente al maletero abierto, una carta antigua donde me ama a chorros y lo escribe con su letra mala de zurdo inteligente. Y cuando termino, la doblo lentamente antes de guardarla en el bolso y antes de pegar el portazo en el maletero.

Para que se fastidie.

4 comentarios:

  1. Sigo disfrutando de tus relatos y ya espero el siguiente.
    Un buen trabajo, con ese humor siempre, dentro del propio drama del argumento.
    Un abrazo en la noche María.

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  2. Yo siempre agradezco tus palabras de aliento, Rafael.
    Me divierte escribir y si, además, a alguien le gusta alguna de mis pamplinas, me alegro.
    Un abrazo.

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  3. :) Tremenda venganza contra una sombra...

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