miércoles, 25 de abril de 2012

Oigo pasar la vida...


                     ...y oigo pasar la vida como quien pone la radio...”
                                                                                                         L M Panero.


En la segunda rotonda a la salida del pueblo se mató Steve.
No sé quién es Steve, pero sé que se ha matado ahí porque hay indicios: ese nombre -Steve- escrito con spray de color negro y unas flores pintadas en  papel de muchos colores  rodeando, como una corona pequeñita, la palabra Steve...

Cuando paso me fijo en la rotonda y pienso en el pobre Steve, que debió estamparse en la farola del centro, porque otro obstáculo no hay allí para matarse.
También me doy cuenta de que cada vez hay en este lugar más recuerdos para ese Steve desconocido: manojos de romero, flores silvestres de temporada (margaritas, fundamentalmente), puñados de tréboles, algunas ramas de siemprevivas o de mimosas...

Pienso que Steve se mató una noche volviendo de juerga, que no vio la rotonda, una de los cientos que han hecho en los últimos años y que sirven, sobre todo, para mantenernos a marcha lenta entre una y la siguiente y la siguiente... ad infinitum. Quizá Steve tenía prisa, quizá no la vio y sólo se enteró de su presencia cuando dio contra la farola, quizá tenía ganas de quedarse allí. Quién sabe.

Ahora la farola está llena de papelitos doblados con mensajes a Steve, de flores de papel y de plástico, de dibujitos naif con corazones a modo de festón... y su nombre se repite en spray alrededor de la rotonda bordeando el filo de cemento y grama.

Creo que ninguno de los “mensajeros” conocía a Steve, como no lo conocía yo, y me dan ganas también de dejarle un mensaje en la farola cogido con celo. Es que una vez iniciada una costumbre, se hace enseguida ritual.

Me recuerda ese monumento a la memoria de Steve el homenaje permanente a Jim Morrison. Cuando estuve en París, hace tanto tiempo, fui ritualmente a la tumba de Jim, cuya posición venía señalada con flechas desde antes de entrar en el cementerio de Pere Lachese. Pues eso, salvando todas las distancias salvables de tiempo, espacio, prestigio y lo que haga falta salvar, el pobre Steve y su farola en mitad de una carretera de tercerísimo orden, me ha recordado el monumento funerario de un grande de nuestra mitología y mitomanía.



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