lunes, 28 de noviembre de 2011

El frío del escritorio


No tengo nada que decirte, pero no quiero olvidar tu lejana existencia; o quizá pretendo, con este inútil ejercicio de escritura repetida, olvidar que muchas veces ya la olvido. Olvido por fin tu ausencia constante, y yo me resisto porque cada parcela de memoria perdida se queda ya perdida para siempre...
Entiéndeme, no quiero perderte tanto tantas veces.

Va pasando la tarde por el otro lado de la ventana. Me doy cuenta de su paso cansino por el frío que me llega. Se va oscureciendo el cielo y los tejados, se oscurece el aire.

Te escribo con varios jerseys puestos y una bufanda. Ya sabes, es este frío que siempre me parece demasiado, como siempre me parece demasiado el calor de julio, la lluvia cuando estoy fuera de casa y el viento que opone resistencia cuando yo no puedo resistir ni un soplo.

Hace mucho tiempo desde la última vez que hablamos.
Es triste, en medio de tanto olvido, recordar tan fielmente las fechas de hitos que se van alejando sin apenas hacer ruido, sólo dejando atrás días caídos al suelo como si fueran hojas muertas.

Cuento los espacios sin saberte como un rosario de esperas: ya hace cinco semanas desde el último mail, hace más de seis meses desde el último mensaje, hace cuatro meses y siete días desde la última llamada...

Es ya noche cerrada.

¡Que alguien apague esa luna, por favor!

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