domingo, 11 de septiembre de 2011

Regreso


Los regresos, por poco camino que se recorra, encuentran casi siempre la complicación de tener que echar los amarres, de nuevo, al muelle que dejaste. Yo trato de encontrar mi noray en este puerto, que me resulta algo extraño por la lejanía de más de dos meses.

Me gustaría tener una buena historia viajera que contar, pero sólo he estado recorriendo mis propias latitudes y hasta, a veces, mis oscuros fondos, desde una hamaca en tonos verdes colgada entre dos acacias.

Una de las grandes hazañas de mi verano fue impedir que murieran unas cuantas plantas, y luego ver nacer manojitos de jazmines azules y apostar conmigo misma si sabrían o no agarrarse a la tapia encalada junto a la que crecen. 
La aventura para los días de calma y transparencia acuática era bucear a dos metros de la superficie, entre rocas habitadas por mil zalemas de rayas amarillas, que pasaban olímpicamente de mí, y unos cuantos sargos curiosos, que salían de sus cuevas a mirarme con ojos fijos desde las dos partes de sus cuerpos aplastados... Ahí era yo más yo que nunca: siempre que tengo salir a respirar lo hago lamentando fervientemente no tener branquias en mi cuerpo.

Ya lo veis, no vengo de la expedición de la Kon-tiki, sino de un verano de aguas metafóricamente movidas, de aventuras imaginadas. Quizá viajan así los modernos Ulises, no lo sé.

Ajena por un tiempo a las navegaciones de este medio, trato ahora de incorporarme a vuestro rumbo. La brújula señala a Itaca y aquí vengo.

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