viernes, 4 de marzo de 2011

Confusa culpa


Me he sentido fatal esta tarde: perdí los nervios con dos niños pequeños.
Los niños consiguen facilmente agotar a los adultos: con tres y cuatro años se tiene esa capacidad demoledora sin querer. Ellos necesitan espacio y libertad, y educar precisa de "violencia", de ese estar continuamente poniendo freno, cuidando de que no se lastimen, encarrilando, torciendo sus "santas" voluntades en favor de un aprendizaje que, antes o después, les facilite su vida social, su entrada al mundo, de la forma menos chocante posible para ellos y para el grupo al que pertenecen...
Ese trabajo es agotador.
Esta tarde me enfadé con los niños y dejé de hablarles durante unos minutos, seria, muy seria. Ellos se quedaron tan confundidos por mi actitud distante que no sabían qué hacer, qué decir, que inventar para que les sonriera... Se sintieron tan mal que por un rato se quedaron quietos en el sofá, me pidieron perdón varias veces...¡Pobres!
A la hora de acostarse, ya con la crisis medio superada por mi parte, ellos aún me preguntaban en voz baja "¿Me he portado bien, o un poquito mal?" con las caritas expectantes, sin saber si reír o echarse a llorar.

Me he sentido fatal pensando que si una contrariedad me produce enfado y, a mi edad, no manejo bien ese sentimiento, estos niños ¿cómo de mal se habrán sentido?

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