lunes, 30 de junio de 2014

Recuerdo a J F (con amor)


Se despertó envuelto en un inconfundible olor a fracaso. 
Las sábanas, el pelo, las manos... todo estaba 
impregnado de ese olor. 
Se zambulló de nuevo en el sueño, buceando entre ilusiones. 
Entró en un estanque de té con hierbabuena y azúcar negra. 
Paladeó su sabor dulce y su transparencia hasta el ahogo
y cuando salió a respirar encajó otro despertar en plena cara.
Se sentó en la cama a hacerse un pitillo, pero encontró vacía 
su cajita de lata 
(abollada, con palmeras naif descoloridas)
el interior oxidado contenía tres papelillos, un triste polvo negro 
y un mechero de plástico amarillo. 
Una radio vecina bramaba, entre espasmos, una canción de moda.

En la plaza los grupos habituales, los gestos habituales, 
los ritos
los bancos de los vencidos... 
Compartir un cigarro que sabe a flores
(un reparto de humo sin palabras).
La gata recién parida alimentando a sus crías a la sombra de un naranjo.

Un paquete compacto de nubes cruzó la plaza y, sin cumplidos, 
dejó caer la lluvia sobre los bancos pisados
(el servicio meteorológico había pronosticado buen tiempo)  

Volvió a su casa pateando charcos
a su cuarto que huele a alhucema y tomillo
al olor a fracaso de su vida.

jueves, 26 de junio de 2014

Una tarde de serie B


Cuando me separé de mi último novio (ese mediocre encantador de corrillos y reuniones) me quedé tan colgada, tan desvalida y tan arruinada, que me tuve que ir a vivir a casa de mi hermano.
Debo decir que mi hermano, contra pronóstico, se portó estupendamente: me acogió en su casa con un abrazo cariñoso y hasta aguantó los primeros días sin darme demasiada paliza verbal, a costa (probablemente) de tener que morderse la lengua. 
Luego, en cuanto consideró que de ésta tampoco me moriría, empezó a aprovechar mis escasas pausas entre sollozos para meter una cuña informativa de recuerdo sobre las muchas advertencias que me llevaba hechas en la vida respecto a mis malas, ¡malísimas!, elecciones de novios. 
Yo, agradecida como le estaba, le daba la razón cabeceando y empezaba rápida la siguiente tanda de llanto.

Mi hermano es lo que se dice una persona sensata y mesurada y es verdad que, si bien toda la vida me recriminó mis gustos en materia amorosa, en este último enamoramiento se superó con creces y me hizo saber, algunos cientos de veces cada día, que este prenda que tenía a mi vera era un reconocido embaucador de barrio que me iba a chupar la sangre y la cuenta corriente. 

Yo (por fortuna) no le había contado a mi hermano la forma tan tonta en que di lugar a que "el prenda" manejara mi tarjeta de crédito y me dejara prácticamente sin blanca... Fue una tarde tonta en que ambos (mi novio y yo), amodorrados y perezosos, estábamos viendo en la tele una película de serie B en la que un psiquiatra criminalista (que me encanta) le estaba diciendo a otro tipo que nunca podría vivir con alguien que no le diera sus códigos privados. Entonces los dos comentamos, embobados: ¡Ay, qué romántico!
Más tarde, cuando salía por la puerta, como el que no quiere la cosa volvió hacia mí su cara morena y dijo:

—Oye... ¿Cuál es el código de tu tarjeta, amor?

—El ocho cuatro tres, cariño.

—Pero si sólo son tres dígitos, cielo.

—El cero por delante, corazón.

Y, a partir de ese momento, los recibos y facturas empezaron a caer sobre mi economía como el pedrisco, arramblando con todo. En unos pocos días dejó limpia mi cuenta corriente y en unos pocos más me dejó a mí.

Aunque, como digo, tuve la precaución de no contarle a mi hermano esta escena, él insiste en que necesito un psiquiatra, de la serie que sea, que encarrile mis desorientados pasos emocionales, al menos hacia la protección de mis tarjetas de crédito ya que, según él, mi loco corazón dejó de tener remedio. 
Yo dudo mucho que un psiquiatra me salve del encandilamiento que me producen determinados individuos pero, aún así, he aceptado y a partir de mañana mismo empiezo con las sesiones de psicoanálisis... Es muy caro, pero he visto al psicoanalista y, la verdad, me siento bastante encandilada.

miércoles, 18 de junio de 2014

Rachas como de un viento de silencio


Te recuerdo a rachas.
Es absurdo, aburrido e inútil.
Pero es que nos quedaron besos pendientes
y una playa con filos de luna
y hablar de caracolas
y tener desvaríos al teléfono
y llorar en una estación.

Te recuerdo a rachas.
En días neutros con olor a fracaso
y en días brillantes como alfileres.

Te recuerdo a rachas (siempre)
porque en este mundo extraño y huraño
era bueno tener cerca tu mano.

Te recuerdo siempre (tanto)
porque tu presencia se difumina rápido
y temo perderme en el olvido.

domingo, 8 de junio de 2014

Regreso


Acaba de volver de la India. 

Dice que la luz del sol pesa, que hay momentos en que el peso se hace insoportable, que es como cargar toneladas de luz sobre los hombros... 

Dice que cuando llega la noche siempre sorprende, porque parece que hayan pasado siglos desde que amaneció —casi una eternidad— y que ver encenderse las hogueras de los muertos se confunde con el incendio de las estrellas...

Dice que ha estado flotando en senderos olfativos donde confluían el clavo y la canela, la pimienta, el curry y la nuez moscada, las flores que bajan por el Ganges y el gemido oloroso del río sagrado.... 

Dice que el río la inundó dejándola permeable a cualquier experiencia de amor y de dolor, de pérdida y de agradecimiento... 

Dice que conoció a personas tan generosas que sonreían por nada, o solo por la respuesta de otra sonrisa; que se hizo amiga de niñas que la abrazaban al verla y que con ellas se bañaba en el río; que encontró la compañía de perros que la esperaban por la tarde y con los  que compartía chapati y mantequilla... 

Dice que le impresionó la pobreza de la gente de su entorno, pero que le impresionó mucho más algo que nosotros hemos perdido: el cultivo del espíritu y de un corazón bondadoso...

Dice que a todas las personas y animales que conoció y amó los llevará siempre dentro de ella como un tesoro, porque eso fue su viaje a la India, un tesoro de incalculable valor...

Ha estado en una ciudad santa. 
Dice esas cosas y su mirada dice mucho más... 
Yo la escucho, vivo con ella sus añoranzas, me emociona... luego recojo mis cosas y sigo caminando.