miércoles, 19 de febrero de 2014

El incierto escenario de la lluvia


Es una historia que carece de interés histórico.
Fue sólo un chispazo de posibilidad.
Ella venía por la acera deprisa, porque llovía
él en dirección contraria, tranquilo pese a la lluvia
se cruzaron delante de mi asiento
en la parada del autobús.
Pudieron mirarse al pasar, pudieron rozarse
pudieron...
pero no hubo nada.
Ella paró un instante y mi corazón zumbó de esperanza
pero solo era para ponerse bien el gorro,
él paró también el segundo necesario de encender un cigarrillo
y luego siguió adelante silbando un estribillo fácil.
No se reconocieron, no se encontraron...
En un día de sol y sueños quizá sí hubiera pasado.
Pero las nubes taparon de nuevo una historia de amor
que pudo haber sido.
Que solo yo invento
(resueltamente opuesta a la monotonía).

domingo, 9 de febrero de 2014

Navegando en una caja de latidos


Bajó de la sierra despotricando contra su propia locura. Llegó a su casa, saludó y se metió en su cuarto, disculpándose: el cansancio del viaje, las muchas horas de una jornada de trabajo tan pesado... Y antes de que la buena educación la obligara a salir de nuevo, reprodujo todo el escenario. 
Su viaje a un pueblo desconocido en los montes, la espera a pie de andén, la llegada del tren de cercanías. Su asombro cuando el tren siguió la marcha y, al otro lado de las vías, un único viajero que miraba alrededor, despistado. Tendría poco más de veinte años y todo el aspecto de un adolescente caído del cielo en medio de aquella estación perdida. Entonces ella se metió en la cantina, pidió café y se lo llevó a la mesa junto a la puerta. El ángel miope esperó un rato, luego cargó la mochila y cruzó las vías. Entró en la cantina, pidió un zumo de naranja, la miró y se dirigió hacia ella, como repentinamente inspirado. Balbuceó tímidamente si ella era Niebla, porque él... Manuela dijo que no, pero que ese era un nombre hermoso. Él se sentó y le contó su historia. La misma que ella conocía al dedillo palabra por palabra, noche a noche, latido a latido, sin haber jamás hablado de cosas tan banales como la edad, las circunstancias, los marcos físicos que aherrojan las almas, etc... Hablaron, hablaron mucho, como siempre, sin que él supiera que se conocían tanto, sin que ella se descubriera, como si le pesaran sus cuarenta y tres años, su vida compleja... Comieron juntos en un bar del pueblo, pasearon por el bosque de encinas y, al caer la tarde, se dieron el teléfono y el correo. Ella dijo que tenía que volver a su casa. Él, que esperaría un poco más, por si Niebla finalmente subía... pero que estaba feliz de haberla encontrado a ella, a Manuela, tan inexplicablemente cercana a su corazón.
Por el retrovisor le dijo el último adiós y los dos sonreían con la complicidad del deslumbramiento. 
Manuela hace la cena y comenta algo con la familia. Esperará que avance un poco la noche y el silencio, pero no se pasará por el canal para encontrar al evanescente y maravilloso Humo, sino para hablar un rato con Pablo por el whatsApp. El milagro doblemente encontrado. 
No puede pensar en su gran locura. 
No puede ni quiere... Ha decidido sentir y no pensar demasiado.

jueves, 6 de febrero de 2014

Quizá...



Quiero verte. Me caigo de sueño.
Te espero, sin embargo...
Y sé que no vendrás.

Hago tiempo. Leo a saltos 
mientras presto una atención distraída
a un debate de personas muy sesudas
que hace rato que aburren a las piedras.
Cambio el dial a un concierto.

Pasa el tiempo.

Una onda de vacío me llega de golpe al corazón
desde el epicentro del ombligo.
No hay más márgenes, 
no.

Dejaré que me cubra la noche
suave como una manta.
Quizá nos encontremos en el pasillo
de alguno de mis sueños.
Quizá...

lunes, 3 de febrero de 2014

Cuando vuelven las palabras


Abrió de nuevo el grifo de las palabras.
Las dejó que fluyeran poco a poco, frase abajo,
hasta que llegaron a gotearme encima.

A veces sus palabras se amontonan
y atascan a empujones las cañerías del móvil.
A veces vienen sólo como un leve borboteo 
entre dos emoticonos 
como si me escurriera encima
un trapo mojado en melancolía.

Cuando presiento el ruído en los canales, espero 
y abro compuertas.

Al final las palabras lo han salpicado todo.
Han llenado de huellas de barro los rescoldos grisáceos.
Me han mojado las ganas.
Me dejan empapada de nostalgia
y tiritando.


(Fotografía de Leonard Andersson)