domingo, 29 de diciembre de 2013

Una tarde de invierno


No es fácil ser feliz... (le dijo)

Ella lo entendió enseguida.
No, no es fácil... y debería serlo.
Quizá sí lo es...
(se notaba tan dolida en sus balbuceos)
quizá la felicidad consiste en olvidar que te encontré...
¿O eso es el vacío? 
pero debería ser fácil...
(una gota cayó al filo del platito del café con un plick)

Él la miraba triste
con un adiós escrito en cada pupila.

Ella seguía diciendo algo sobre la infelicidad.

Yo, desde la mesa vecina,
veía deshacerse fatalmente
una nueva posibilidad de amor.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Engrisecer


Ayer te vi, después de tanto tiempo.
Ibas hacia el trabajo ausente y serio.
Un ser monótono y apático, dijiste de ti mismo,
como los que se ven todos los días en los transportes públicos,
pasando por las calles con sus coches
o caminando como autómatas...
Tu cuerpo desprendía un tono gris derrota
mientras te definías.

Un golpe de realismo distorsionó de pronto
mis fotos de colores:
las tazas compartidas de café (siempre escaso),
las colillas fumadas hasta la quemadura,
la trenka azul marino,
el frío de aquel piso de Granada
y nuestra bufanda mancomunada negra y roja 
tejida expresamente para dos
por la madre de alguno de nuestros compañeros...

¿Y tú, amigo mío, cómo me viste tú?
¿Observaste la capa de cenizas que me envuelve,
como a ti, en su grisura?

Qué fácil,
qué violentamente fácil
es dejarse (mansamente) engrisecer.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Los nombres de la guía

Lunes, 8. 
Llevamos tres días de Poniente. 
Mientras desayuno, pienso si sería posible adiestrar a las gaviotas para que lleven y traigan mensajes... Tendría miles de mensajeros disponibles cada día: todas estas aves chillonas que se vienen a revolotear por encima de mi casa en cuanto huelen las tostadas... Escribiría cada mañana un mensaje breve y se lo ataría a una de ellas en una patita, la dejaría volar a su antojo y esperaría... ¿De dónde vendría la respuesta? ¿de quién? ¿qué me diría?
Mi fantasía y las gaviotas vuelan libres.
Llevamos tres días de puertas cerradas contra un viento que nos vuelve locos.

Martes, 9.
Cojo la guía de teléfonos. Es del año 2002 pero me da igual. Abro por la primera página y voy leyendo nombres. Decido escribir mensajes aleatorios a los nombres de la guía de hace once años. Sigo rigurosamente el orden alfabético. No tengo tiempo de adiestrar gaviotas pero, de todas formas, escribiré mensajes contra el vacío.

Jueves, 11. 
Tengo escritos doscientos diecisiete mensajes. Estoy compulsiva. Ya voy por la letra C (por un/a tal Contreras López, J.) Aún no he mandado ninguno. Tengo que decidir si irlos enviando en el orden alfabético en el que están ordenados o clasificarlos por tipos o categorías. Esta noche lo pensaré.
El Poniente sigue golpeando, más débil. 
He descartado la mensajería de las aves, por meramente absurda. 

Domingo, 14. 
El día amanace despejado; yo, en cambio, bastante nublada.
Llevo días atascada. Estoy en la letra F y no se me ocurre qué decirle al señor o señora Fernández Trujillo, L. Sin embargo, el viernes empecé a echar al buzón de la plaza los mensajes, en sobres pequeños, con las señas claramente puestas. 
Ahora que el viento ha desaparecido, me da risa la idea esperpéntica y romántica de las gaviotas mensajeras... 

Miércoles, 17.
Encuentro en mi buzón la respuesta de un (o una) Domínguez García, A. Entro como loca en la cocina con el sobre color crema en una mano y la bolsa con las lechugas en la otra. Rasgo el sobre con manos temblorosas. Desdoblo una cuartilla blanca amarillenta donde pone, en letras de molde: ME AHOGO EN UN LUNES PERMANENTE... VEN.
Recuerdo que mi abuela me decía muchas veces que comportarse como una loca conduce irrevocablemente a la locura, y a ver ahora qué hago...
¿Dónde vive A.? Lo busco nuevamente en la guía, porque A. no ha puesto dirección de remitente. Vive a unos noventa kilómetros, en otro pueblo junto al mar... 
Me preparo un café y decido que voy a ir. 

Jueves, 18.
Mañana cojo el coche y la carta y me voy a rescatar a A. de su lunes inmisoricorde. Ojalá pudiera volar y así parecería que soy la gaviota mensajera que querría ser.

Lunes, 22.
He vuelto a mi casa solitaria en mi aldea solitaria. 
Las gaviotas se estaban dando un festín de gusanos en el porche cuando aparqué el coche. Ni siquiera salieron volando al verme; creo que han adquirido una especie de derecho consuetudinario sobre esta casa, así que siguieron ahí, picoteando y mirándome con descaro. 
En casa de A. no había nadie. Unos vecinos me dijeron que ese señor llevaba muerto y enterrado siete años (recalcaron lo del enterramiento cuando yo insistí en que tenía carta suya de unos días atrás). 
Sin embargo, al llegar, he recogido del buzón otro sobre igual, con la misma tinta y letra del anterior y el mismo remite (nombre, sin señas). Aún no lo he abierto. Estoy cansada... 
Quizá mañana.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Dioses del estruendo


Cuando me invaden los dioses del estruendo 
(carrusel de palabras, trompetas estridentes,
verbos envenenados)
yo lanzo una plegaria de silencio
y escribo a solas un grito
uno solo
desde mi corazón inhabitable.
Siempre es en legítima defensa.