lunes, 30 de septiembre de 2013

¿De dónde eres?

La felicidad, sépalo el lector, tiene
muchos rostros. Viajar es, probablemente, uno de ellos.
Entregue sus flores a quien sepa cuidar de ellas, y empiece.
O reempiece. Ningún viaje es definitivo.
J. Saramago. 


El año pasado, en medio del páramo más páramo que nunca, con rachas de viento duro y una lluvia fina pero constante, encontré a una chica italiana, acoplamos el ritmo de la marcha y fuimos hablando de Saramago durante varios kilómetros, hasta llegar al pueblo siguiente. 
A veces hay milagros. La literatura es uno.
Esa chica nos regaló luego un poema que a mí me gustó mucho, porque refleja cómo en poco tiempo uno se va difuminando en su identidad (de procedencia y muchas otras) para irse configurando en una forma bastante más esencial. 
Lo transcribo tal como ella lo hizo: en inglés y con sonrisa cómplice:

Where are you from? -Italy Pisa
Step by step
day after day
Where you from? -Saint Jean Pie De Port
Step by step
day after day
Where are you from? -Burgos
Step by step
day after
Where you from? -Mmm I don' t remember :)

Where are you going? -Estella
Step by step
day after day
Where are you going? -I do not know :)
La autora se llama Verónica y es de Pisa.

También este año muchos otros pequeños milagros salieron a mi encuentro: un vuelo en estampida de avutardas que abanicaron el aire tórrido sobre mi cabeza y me hicieron reír, un niño que se acercó a darme un tomate de los que llevaba en un cesto, la ensalada que compartí en el patio del albergue mientras un grupo de chicos cantaba canciones de Bob Dylan acompañados por la guitarra que les prestó una monja... (Yo, tremendísima agnóstica, tengo la suerte de encontrar milagros a cada paso) 


Me despertó hace rato la lluvia sobre el páramo endurecido, pero enseguida entendí que el agua caía sobre asfalto... 


viernes, 20 de septiembre de 2013

Mochila


No puedo evitarlo... es pura seducción. 
Cuando la rutina me aplasta (Serrat dixit), mi mediocridad se hace mucho más llevadera si cargo con ella por sendas solitarias y, paradójicamente, transitadas... 
Preparo la mochila con criterio de mínimos y cojo cualquier vehículo que vaya hacia el norte. Dejo atrás las horas llenas de sinsentido, las trincheras de palabras, los elevados muros de la monotonía y el recuadro de cielo que se hace más y más pequeño cada día desde mi ventana, y me voy a caminar. 
Sin más. 
Es como la vida. A veces miras atrás y ves lo mucho que ya has andado y... ¡qué cansancio! dan ganas de parar; pero entonces miras hacia delante y decides seguir, porque allí, al fondo, sigue habiendo horizonte, y aunque el camino es accidentado y fatigoso, sigues un poco más, hasta aquel cerro, hasta aquel campanario, hasta aquel grupo de gente, hasta aquellos sauces... Suspiras. Y sigues. 
Parece que haya aprendido ya algunas cosas de la vida y, sin embargo, tengo tanto que aprender todavía... 
Me gustaría volver a caminar contigo, desconocido de un día de viento en el páramo; o contigo, con quien compartí el atrio de una ermita para resguardarnos de la lluvia; o contigo, amiga entrañable con quien anduve unos kilómetros hablando de nuestros escritores favoritos... Compañeros de un instante, a menudo me acompañais en mi vida cotidiana aunque nuestros pasos nos separaron. Es momento de retornar al camino y, creedme, os llevaré en algún lugar de mis bolsillos.  Encontraré a otros locos  que, como yo, irán siguiendo las flechas amarillas que indican el camino del sol. Luego nos separaremos, pero ellos también se quedarán a vivir en mi mochila y alguna vez (alguna tarde tonta) su recuerdo salado resbalará por mis mejillas para juntarse con una gran sonrisa, como el recuerdo de tantos compañeros desconocidos. 
Es hora de partir. 



miércoles, 18 de septiembre de 2013

Manuscrito en un cuaderno azul


De noche, las casas solitarias y semiabandonadas adquieren ínfulas casi góticas y se ponen a emitir gemidos y lamentos desde lugares tan poco aptos para esas manifestaciones del alma herida como el cajón de una cómoda... 
De noche, la gente insomne atiende los lamentos de un cajón como si ello fuese la cosa más natural del mundo... 
De noche, el fondo mil veces explorado de ese viejo cajón carcomido ofrece de pronto la visión inédita de una foto, un cuaderno o una caja hasta entonces invisibles... 
De noche, algunos escritos se hacen tan enormes, tan insondables, como una oscura pregunta sin respuesta...

Querida mamá, algunas veces me he preguntado por qué me eres tan ajena y siempre he eludido responder. 
Cuando pienso en ti trato de poner a salvo la imagen ideal de una madre, por eso saco brillo a los detalles con que me obsequiaste y que yo atribuía al "modelo mamá" (el modelo académico, el literario o el que veía en nuestro entorno).
Ahora hago un esfuerzo enorme para trascender los recuerdos tercamente embellecidos y centrarme en los datos desnudos. Hoy, en medio de la debacle, tocan reproches.
Te reprocho, mamá, que no me abrazaras cuando llorabas ante los recuerdos de tu hija muerta: yo estaba siempre a más de un metro de ti, de pie, viéndote besar dos rosas marchitas que sacabas de un sobre también marchito. Hablabas del dolor que sentías por la muerte de esa hija, y yo hubiera querido ser la muerta para que me abrazaras en un recuerdo tan amoroso. Reprocho tu dolor a solas (en mi presencia) por la que siempre llamabas tu hija y jamás mi hermana. Y te reprocho el metro de losas frías (una distancia sideral) que siempre había entre tu cama y mi silencio aislado.
Te reprocho que no conocí tu cuerpo, ni la fuerza de tus besos, ni el olor de tu cuello; que nunca me sentaste en tu regazo, ni me preparaste la merienda, ni me preguntaste una lección (ni siquiera te interesabas en saber si hacía mis tareas escolares)... En mis fantasías, mamá, eras un hada incorpórea que a veces salía de un cuento y me hacía feliz a golpe de varita mágica. 
Te reprocho que nunca me preguntaras si comía bien o si pasaba frío en el internado, si sentía tristeza, si tenía amigas... Que no quisieras escuchar todas las anécdotas del colegio que yo acumulaba durante el trimestre y que estaba loca por contarte al llegar a casa: tú siempre tenías otras que las superaban, o por más dramáticas o por más divertidas.
Te reprocho la expresión decepcionada de tu cara cuando me veías tan descuidadamente vestida, tan poco a la moda y tan poco sociable; cuando entendiste que no era el figurín social que esperabas. Que el quedar bien ante tus amistades fuera una prioridad, por delante de mi criterio, mi voluntad o mis sentimientos.
Te reprocho, ¡te reprocho profundamente!, que cuando murió papá te atrincheraste en tu dolor y no me dejaste consolarte; que no pensaste en ningún momento que se había muerto mi padre, además de tu marido...
Te reprocho, mamá, que te decepcioné como hija mucho antes de que pudieras y quisieras conocerme... Que a veces lo veía en tus ojos y yo entonces, mamá, me moría de pena (...)

Hay muchas tachaduras y muchos borrones de tinta (imagino las lágrimas cayendo sobre el papel) y el texto se interrumpe bruscamente en la a de pena, que extiende su rabillo hasta el borde de la hoja. 
No hay nada más en este cuaderno, solo esa explosión de dolor convertido en palabras. No hay nombres. No hay firma. Pero por la fecha del encabezado y por el tipo de letra sé quién es la autora, sé algo de su vida más o menos desdichada (no mucho más desdichada que la de otros parientes). 
También sé dónde está enterrada. 
Mañana iré al cementerio a poner flores sobre su tumba; le gustaban mucho las margaritas.
  

domingo, 15 de septiembre de 2013

Carta a J. sin razones


Querido amigo, no tengo
razones para escribirte. No tengo 
ni una sola razón disparatada... 
Si acaso, me asiste la estúpida razón 
del hilo suelto de la nostalgia
que a veces se me enreda entre los dedos 
que pulsan estas teclas... Ya ves,
nada me lleva a ti 
salvo dos índices automáticos
y su persistente y mecánica memoria. 
No hay nada más absurdo.
Absurdo, fascinante y terrorífico. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Levandowsky


La doctora Levandowsky me da mucho miedo. Es algo instintivo. Es como si de pronto sintiera en mi espalda el aliento de Drácula, o como si el mundo se resquebraja debajo del hospital... Lo cierto es que, cuando me llaman a su consulta, se me eriza la piel y trato de escabullirme metiéndome en un lavabo, o en el cuarto de la lencería. Pero siempre me encuentran y me llevan a su despacho para que evalúe mi estado de salud. Yo trato de complacerla en todo: sonrío al entrar, me siento derecho en la silla, asiento a sus comentarios, contesto rápido a sus preguntas... Pero ella me mira con ojos de pedernal y me ve el cerebro y lo que yo pienso y, lo que es peor, ve mi miedo.  

- ¿Por qué tienes miedo?

No quiero contestar a eso. Podría decirle que, por su culpa, anoche se suicidó una de mis más queridas personalidades, la más bohemia, la cosmopolita y casi nihilista personalidad que me acompañaba desde los quince años, cuando empecé a comprender que se podían tener muchas personalidades distintas sin ser infiel a ninguna de ellas. Podría decirle eso, pero ella entenderá que ese suicidio no es real, sino una invención de mi mente enajenada, y responderá despiadada, como siempre, aumentando las dosis de neurolépticos. Intento una salida.

- Anoche soñé que me suicidaba

- ¿Cómo? 

- Me tiré por una ventana del séptimo piso

- Esas ventanas tienen rejas ¿cómo las traspasaste? 

- Suicidé sólo mi alma, la saqué entre los barrotes y la dejé caer sin más... Hizo un pequelo plok al llegar al suelo, tan pequeño que nadie lo oyó

- Mientes... ¿Quién se suicidó anoche?

Es implacable Levandowsky. Un día la vi impertérrita ante una madre que lloraba desconsolada por su hijo enfermo; la madre se rompía de dolor y ella, Levandowski, ni siquiera parpadeaba, era una estatua helada, puro granito... Quise desviar por ahí.

- No se conmovió ante la madre de Pablo

- No debo perder la distancia terapéutica... ¿Qué pasó anoche?

Anoche se suicidó una de mis personalidades, le podría decir, aquella que lanzaba sobre la vida una mirada cínica y descuidada, la que tildaba de absurdos e intranscedentes los grandes afanes y pensamientos... Se suicidó, doctora, sin hacer un solo gesto de reproche, sin aspavientos, sin decorados apabullantes... Se despidió de mí echándome a la cara el humo de su último cigarrillo y se tiró por la ventana al patio. Plok. 
Pero no le digo nada. Me da mucho miedo la mirada feroz de Levandowsky, y callo. Me manda de nuevo a la sala acompañado de un celador. Decido que esta noche suicidaré a otra de mis personalidades y así, una a una, acabaré con todas.
Sigo teniendo miedo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

De pronto me llamaron


De pronto me llamaron:
"¡María!" 
y yo paré mis pasos 
y volví la cabeza
(para ver que él no estaba
como siempre, hace tanto)

Un hombre caminaba como en sueños
por el borde roto del malecón;
lanzaba su mirada tercamente
mar afuera, hacia el sur tan cercano
de la costa africana.
No me llamaba a mí, si es que llamaba.

Un gran pájaro oscuro
pasó bajo la nube de tormenta
en círculos hipnóticos.

Estábamos los tres tan solos...
y el mar batía su furia en la escollera
barriendo la esperanza.

Pasó hace siglos, es cierto,
pero yo aún quiero convencerme
de que eso no fue triste.