sábado, 29 de junio de 2013

Orsett Terrace



La desolación. Esa sensación 
que llega agazapada en cualquier otra 
que anda sin hacer ningún ruido
(como los gatos) 
que cuando te alcanza se instala en las tripas 
sujeta a las asas intestinales 
para no soltarse 
que hurga en los agujeros que nunca 
han terminado de cerrar del todo...

(Escribo, me suicido, resucito

canta Sabina)

Escribo para evitar el ácido corrosivo en los agujeros. 

Me suicido con la complicidad del desamparo.
Resucito... (o quizá luego).


domingo, 23 de junio de 2013

Algo impreciso






Hay una tensión oscura en el silencio
la intuición de una pérdida imborrable
algo impreciso que señala el límite
olor a despilfarro del deseo...
(¿Cómo expresar lo inefable, mi buen W.
si no puedo contarlo con palabras?)


lunes, 17 de junio de 2013

Guitarra



Mírala: 
es una diosa altiva y ensimismada. 
No sabe que puede romper un corazón con unas notas 
ni sabe que igualmente puede consolarlo con sus cuerdas.

domingo, 16 de junio de 2013

Ola de calor


Ha caído el calor sobre las calles
como siempre de golpe, sin sorpresa
revienta los termómetros de junio
derrite las junturas de las losas
y anula las más fuertes voluntades.

Dicen hoy las noticias
que las autoridades sanitarias 
de este sur de calor desmesurado
alertan nuevamente del peligro
de la próxima ola de calor,
se anuncian varias muertes esperadas
entre la población de mayor riesgo:
los viejos solitarios, 
los niños sin recursos, 
la gente que se aloja
en zonas marginales
(los techos de uralita
cuecen a fuego lento)

Despliegan los programas oportunos
para la prevención de lo de siempre
salvo que, como siempre, queda intacta
la pobreza en su sitio habitual
con su insana y habitual tendencia 
a morir por un golpe de calor. 

Un gorrión ha impactado sin ruido
en la acera, a dos palmos de mis pies
desde un alero cercano 
o desde su último vuelo:
la víctima primera
de este nuevo verano.

jueves, 13 de junio de 2013

El incendio


Isidro llevaba una camilla por el pasillo norte de la séptima planta cuando vio salir humo por una rejilla del aire acondicionado. Se paró y lo vio deslizarse por la pared verde agua hasta llegar al suelo con la lentitud de lo liviano. Miró en las habitaciones y por todas iba saliendo ese humo negro, cada vez más espeso. Corrió al control de la planta a avisar a sus compañeros. A esas horas de la noche el personal de guardia era mínimo, y tanto los pacientes como sus familiares dormían o estaban inmersos en ese simulacro de sueño que se tiene en situación de alerta vital. 

Procurando no causar más pánico del ya existente, Isidro y los demás trabajadores de la planta ayudaron a levantarse a los enfermos, les dieron mantas, pidieron a los acompañantes que se hicieran cargo de varios pacientes cada uno y se dirigieron hacia la escalera principal. Por allí el humo era tan denso que tuvieron que retroceder para la parte de atrás, menos afectada. Pero en esa zona la escalera de servicio es de un metro de ancha, y entre ese paso tipo embudo, la oscuridad, el miedo, el humo y la situación de desvalimiento de la mayoría de los evacuados, la salida por allí se convirtió en una trampa. 
En la sexta planta se encontraron con otra avalancha de personas en idénticas condiciones. En la quinta, pediatría, los niños mayores iban sujetos unos a otros con vendas como si fuera una cuerda y se cubrían la boca con pañales empapados en agua. Enfermeras, auxiliares y madres llevaban niños pequeños en brazos. Todos lloraban. Entre la quinta y la cuarta empezaron a tropezar con bomberos que subían corriendo; sus linternas alumbraban batas blancas y pijamas azules, gomas colgantes, sueros desconectados goteando sangre, caras de horror... 
De pronto, Isidro se sintió mareado, perdió de vista a sus compañeros y sujetó fuerte por los brazos a los dos enfermos que llevaba consigo. Antes de llegar a la tercera planta, cayó redondo al suelo.

 “Diario de la Provincia. 20 de octubre.

Ayer se produjo en nuestra ciudad un desgraciado suceso que todos pudimos observar, dadas sus proporciones: el incendio del hospital ha sido una tragedia inesperada. Inaugurado hace tan sólo tres años  con las mejores condiciones  de seguridad posibles, según se creía, ha ardido sin remedio ante el estupor de todos los ciudadanos
Parece que el fuego empezó en la planta sótano, donde, según explica el propio gerente, se acumula gran cantidad de productos inflamables. Según otras fuentes, y contra toda lógica, allí se guardan además, a la espera de los necesarios archivos, auténticas montañas de historias clínicas. La humareda ocupó todo el espacio del edificio en cuestión de minutos. El hospital tenía en ese momento seiscientos cincuenta y nueve enfermos ingresados, según los datos del servicio de administración.
Los bomberos tuvieron grandes dificultades para trabajar. El único acceso medianamente  practicable era la zona sur, menos afectada por las llamas, pero las escaleras de esa zona, demasiado estrechas, no permitían el paso de camillas, ni mucho menos  de camas o aparatos de cierto volumen. En su subida a las plantas, además,  iban tropezando con grupos apelotonados que se empujaban y caían en su necesidad de encontrar una salida. 
Las personas atrapadas en la zona norte tuvieron que ser rescatadas por las ventanas mediante dispositivos externos, como escaleras y mangas. Los enfermos fueron trasladados a otras clínicas y hospitales. 
También  algunos  trabajadores han quedado ingresados por diversas causas, fundamentalmente intoxicaciones por humo. Estamos aún a la espera de conocer el número exacto de víctimas producidas en esta catástrofe.
Muchos de los vecinos de los barrios cercanos acudieron a ayudar y participaron en el traslado con sus propios coches. Todos se preguntaban, indignados, adónde fue a parar el dinero destinado a las medidas de seguridad del hospital.
El ejército ha ocupado las instalaciones para evitar saqueos, aunque se sabe que ya han desaparecido materiales costosos y aparatos altamente sofisticados. 
Esta tarde tendrá lugar una rueda de prensa con los máximos responsables políticos y sanitarios, representantes de la empresa constructora y los arquitectos que elaboraron el proyecto, entre otros, para explicar porqué no había escaleras de incendios, ni salidas de emergencia útiles, ni compartimentos estancos para el almacenaje de productos peligrosos, ni extintores en las salas, ni plan de emergencias, ni sistemas de alarma… 
Mientras  se  investiga  lo  sucedido,  esperamos que puedan dar alguna explicación sobre qué pasó con los presupuestos destinados a esas medidas básicas de seguridad, y por qué se inauguró sin ellas el hospital. 
Todo un misterio. 
O un nuevo acto de avaricia y fraudes múltiples, según el sentir de los ciudadanos."

Isidro no sabe qué ha sido de sus compañeros ni de los enfermos de la planta. Le dicen que aún es todo muy confuso, que no hay datos fiables. 
Suelta el periódico, que cae al suelo deshojado, se ajusta la mascarilla de oxígeno y cierra los ojos de nuevo. 

domingo, 9 de junio de 2013

En medio de un paréntesis


Erase una vez un hombre
listo, culto y divertido
divertido a su pesar
inteligente y dolido
tenía mucho en su favor y una sola cosa en contra: él mismo
se pasó varios años persiguiendo una sombra
-siempre persigue sombras, humo, anhelos, sueños, nubes-
no le gustaba su nombre
no le gustaba su vida
no le gustaba la vida 
y trataba de esquivarla en sus aristas
como si jugara a no pisar las rayas de un suelo inamovible.

Masticando los días ferozmente 
pasó unos años navegando solo
en un mar de espejismos
nos encontramos perdidos y magullados en medio de un paréntesis
nos acogimos así: mojados, heridos, ahogados
sobrevivimos juntos
vivimos compulsivamente 
nada más
nada
nada
nada y la tristeza infinita...

Y no puedo salir de esta espiral perversa de soñarte
y Nueva York está tan lejos...

viernes, 7 de junio de 2013

Esas cosas con plumas


… No, verá, no es desde que vi la película de Hitchcock. Lo mío viene de antes, de mucho antes. Tanto daba que se tratara de pájaros grandes o pequeños, vivos o muertos, libres o enjaulados, agresores o agredidos, de largos vuelos o apegados de por vida al corral. Y sigue dando igual: si algo tiene plumas, a mí me rechinan los dientes y se me eriza la piel en todo el cuerpo a su sola mención. Incluso el roce fortuito con un sombrero tirolés me llevó en cierta ocasión a un estado cercano al pánico; y explíqueselo al pobre señor, que acababa de llegar de visita…

...

… Pues así, que yo recuerde, nunca me picaron las gallinas y los pollos que teníamos en el corral. Yo, cuando me tocaba recoger los huevos, entraba chillando para que se apartaran de mí, y no dejaba de hacerlo mientras rebuscaba entre los ponederos. Palpaba con espanto aquellas bolas suaves y cálidas ocultas entre restos de paja y porquerías, y trataba de diferenciarlas, sin romperlas, de aquellas otras más ásperas, hechas de yeso y dejadas por allí como señuelos para estimular a las gallinas. Cuando tenía los huevos, yo salía del corral tan a gritos como había entrado, pero temiendo además que de mi carga de huevos, de alguno de ellos, pudiera en ese momento emerger la cabeza de un pollito. Con esa imagen terrible, el corto tránsito entre el corral y la cocina era un vía crucis. Al soltar los huevos en la mesa desfallecía, por el desplome de la tensión previa

...

… No, nunca. Nunca consideraron en casa que me podrían evitar ese suplicio. Es más, pensaban que era bueno que aprendiera a superarlo. Claro que a partir del accidente ya no pudieron seguir manteniendo ese criterio, porque yo estuve varios días un tanto… digamos enloquecida, sí. Eso dijo el médico. Lloraba, gemía, soñaba y me estremecía sin parar, y eso que me prometieron y juraron que ya nunca más volvería a entrar en el corral. No, yo no me hice daño, es que al entrar con mis prisas y gritos pisé un pollito minúsculo, sin darme cuenta; quedó pegado a la suela de mi sandalia, pobre, un manojito de plumas con el amarillo pálido ensangrentado… Sí, es verdad, todavía tiemblo al recordarlo.

...

… Bueno, sí, cumplieron su juramento pero con una excepción: cada año tenía que ser yo la que cortara las azucenas de las macetas del patio. Es que mi abuela le había hecho una promesa a la Virgen del Carmen, pero implicándome a mí. Yo cortaría las flores y se las llevaría a la Virgen cada mes de mayo. A nadie se le ocurrió poner las macetas algo más alejadas del corral, para facilitarme el ceremonial que me había endosado la abuela. La promesa tenía vigencia mientras que esas macetas florecieran. Sí, el castigo que me cayó fue duro y duradero, pero nunca me arrepentí de romperlas, no.

...

… Quizá fue también por esa época. Hasta ese momento yo no me había fijado, pero entonces, una noche, me di cuenta de que tenía alas, unas alas enormes llenas de plumas. Mi tía se había pasado para ayudarme con mis rezos, como cada noche. El ritual era simple y acababa siempre con la oración al Ángel de la Guarda, y fue entonces cuando miré hacia el cuadro y me di cuenta de esas alas con plumas, muchísimas plumas. Las alas rozaban a la niña que estaba cruzando el puente sobre el riachuelo, en el cuadro. Sí, esa debió ser la segunda crisis gorda. El numerazo de la niña, le llamó mi abuela, que no sabía dónde meter aquel cuadro del ángel para que yo no lo viera.


...


… Ya ve que no es capricho mío si le pedí que no utilizara esa pluma para escribir, aunque sea estilográfica y…

Ehem, este... lo siento señora, su tiempo de hoy ha terminado, lo dejamos aquí hasta el próximo día.

miércoles, 5 de junio de 2013

Sonrisa de saldo




Siento que llego tarde a algo cuando apenas
me acabo de despertar.
Voy ligera por la calle con esa urgencia soñada,
me apresuro en los semáforos al ver que cambian a rojo
como si alguien me esperase no sé dónde. 

Siempre es decepcionante la indiferencia del tiempo
y saber que nunca más
ya nada importará demasiado.

Vuelvo a la cama o al sueño
-no hay una gran diferencia-
con las aceras pegadas a las plantas de los pies,
en mi cara dibujada una sonrisa de saldo.

Pero hoy puede ser mi día de suerte.

Y correr por las calles no es tan descabellado

después de todo.