Y así acabé el Camino, con mis botas al filo del acantilado en el cabo de Finisterre, tratando de conseguir una imagen del estallido de las olas contra las rocas de allí abajo -tan, tan abajo- sin darme cuenta de que mis pies se interponían entre el objetivo del teléfono y la imagen que quería captar. Luego me gustó la metáfora y no la borré.
La sensación increíble de haber atravesado andando prácticamente todo el norte peninsular me deja embobada, emocionada y con ganas de seguir adelante, de sacar unas alas blancas y echar a volar sobre la masa atlántica, sobre los farallones puntiagudos...
Las hadas, duendes y elfos que salían a saludarnos por los bosques últimos quedaron atrás, con sus vidas enredadas entre los helechos renacientes; atrás quedaron los troncos maravillosos de castaños centanarios y los riachuelos que se forman por los caminos en cuesta apenas empieza a llover, caminos-torrenteras que no acaban de secarse nunca...
Los amigos encontrados se fueron a sus respectivos lugares de destino. Me dieron muchas cosas impagables y siguieron su camino: nunca nos olvidaremos, estoy segura. Con el tiempo quizá se vayan fundiendo las imágines y mezcle en mi recuerdo a F con J y con E y V. Pero no importa, su paso por mi vida ha dejado una impronta que permanecerá.
Nunca olvidaré que se puede bailar como si estuvieras sola estando rodeada de gente, que se puede coger de la mano a un desconocido para que no llore solo, que las fronteras de los idiomas -y otras- se saltan sin tener que pasar por aduanas académicas y sin pagar las tasas de los prejuicios, que se puede aprender algunas palabras de swahili mientras se sube a O Cebreiro y al mismo tiempo reir y respirar...
Me preguntaba antes de irme por qué me gusta el Camino, por qué vuelvo siempre a esas sendas, qué me lleva allí... ¡qué tontería de pregunta!: el camino es la meta, no necesita motivos ni explicaciones.
Cuando era muy pequeña quise irme con un circo que pasó una vez por mi pueblo, cosa que no conseguí. Mi familia pensó -y mantuvo toda la vida- que yo quería ser titiritera, pero en realidad lo que yo quería -supongo ahora, desde esta distancia sideral de años- era vivir por los caminos...