sábado, 26 de enero de 2013

Anoche te soñé



Anoche te soñé: quiero pensar que existes.

Estabas en la página cuarenta y tres de un libro
que yo abrí por azar,
buscando quizá las letras que compusieran mi vida.

Yo entraba por la esquina de unos versos,
tu me miraste desde el centro del poema.
Nos encontramos perdidos
en un cruce de palabras
como besos.

Me recordabas a alguien...

Recorrimos siete estrofas de la mano
leyendo ensimismados la poesía increíble
de nuestra compañía.

Era tan seductora aquella métrica...

Luego, sentados en una escalera de versos libres,
dificultando el paso de una triste metáfora vencida,
dijiste que te ibas.
Tenías el proyecto de vivir
un libro de aventuras.
Dejaste una palabra cargada de lirismo
y desapareciste.

Anoche te soñé: es posible que existas.

-¿Es posible que existas?-

jueves, 24 de enero de 2013

Retrato de familia con gato

"Qué vicio más feo tiene este gato, joder, cualquier día lo tiro por la ventana, que lo sepas, Mari Carmen"- es lo primero que dice al entrar, y cierra de golpe la puerta del piso.


Kitín lo mira con indifirencia, luego salta de la encimera de la cocina y se esconde bajo la mesa camilla.


Manolo llega sudoroso. La camisa medio desabrochada deja asomar el cordón de oro y un mechón ensortijado de vello negro; apaga el cigarrillo en el fregadero y lo tira a la  basura -"Mari, ¿dónde andas?, trae una cerveza"- se afloja la correa del pantalón, siempre un palmo por debajo de la cintura, y vuelve a llamar a la mujer, esta vez con poca paciencia.
Desde que la vio por vez primera, le gustó Mari Carmen: rellenita, risueña, con mejillas sonrosadas y carácter dulce. Luego se fue poniendo impertinente, cuando empezó erre que erre con que él bebía demasiado, que ella así no podía vivir, siempre sin un duro y sin saber si él vendría por la noche de buena o de mala manera. Y Manolo, por no oírla y por tener la fiesta en paz, hasta intentó quitarse de la bebida. Fue al sitio que le indicaron, pero el primer día de reunión se levantó un tipo y dijo: "me llamo Iván, y soy alcohólico", y a Manolo se le cayó el alma a los pies y salió huyendo. Prefiere aguantar las malas caras de Mari y sus reproches.

Kitín, desde su silla y su distancia de esfinge, mira a Manolo repanchingado con la cerveza en la mano, y a Mari Carmen que hace como que se atarea a su alrededor.

El gato, es verdad, desde que hicieron la reforma en la cocina ha cogido la manía de mearse en la encimera, al lado del fregadero. Mari Carmen, al principio, no se explicaba los charquitos en esa reluciente piedra de granito rosa recién estrenada. Hasta que supo lo que era. Por Internet se enteró de que, con los cambios, a veces los gatos no reconocen su olor en la casa, se estresan y necesitan marcar nuevamente su espacio. Mari Carmen piensa que, siendo un problema de territorialidad, será pasajero, y suspira resignada. Pero pasan los meses y Kitín sigue meándose en la encimera, ya menos reluciente, y Mari Carmen se desespera, muerta de asco, cada vez que ve en la encimera el charquito del gato.
Trata de quitarle la costumbre echando sobre la zona pimienta, insecticida, detergente de los platos... cualquier cosa que ella cree disuasoria, pero no consigue nada. Mira al gato con pena y con odio y fantasea con que se tira él solo por el balcón.
En cuanto Manolo sale por la puerta, ella se va corriendo al ordenador. Tiene que ver si Hipocondría ha contestado a la cuestión que se suscitó ayer en Actualidad Nacional, y si nube_roja le dice algo -si es que ha entendido que el poema que colgó en Religiones era expresamente para él-. También quiere escribir un relato. Si esta tarde Manolo se va a la peña y se queda mucho rato quizá podría, ya tiene una idea para el tema propuesto esta semana. Manolo le reprochó mil veces su enganche con internet: que se le iban las horas muertas en esa pantalla, le decía. Así que ella simula que ya no le interesa tanto, por no disgustarlo.
Por eso prefiere que no la vea. Teclea con prisa su relato, a ver si le da tiempo a terminarlo antes de la hora de la cena y si Manolo se acostara pronto, podría colgarlo antes de las doce en El Tintero.
A las nueve está muy nerviosa y teclea con prisa, temiendo que llegue ya el marido, pero sigue escribiendo; luego sacará las croquetas del congelador y en un santiamén preparará la cena.
Cuando oye la llave en la cerradura le da a "guardar", al cerrarse de golpe la puerta cierra el documento y cuando oye a Manolo gritar: "Mari, este gato, qué vicio más feo tiene, joder, otra vez se ha meao", ya Mari Carmen ha salido de la página de Terra y está en la cocina abriendo el congelador por la sección emergencias.

Kitín se tumba en el suelo junto a su plato, esperando.



martes, 22 de enero de 2013

El piano

Mientras escucho el piano en el salón de la cubierta principal, de pronto sé, como por arte de magia, que se ha producido una catástrofe, una gran catástrofe. No sé de qué tipo, pero algo ha puesto patas arriba la realidad, o la percepción de la realidad: yo iba en un viaje de placer en un Ferry y ahora estoy en algo parecido al acorazado Potemkin; mis compañeros eran suaves individuos teledirigidos por una empresa turística y ahora son seres rudos; escuchaba conversaciones en lenguas más o menos conocidas y ahora oigo una jerga incomprensible llena de acentos duros y cortantes...


Corro a mi camarote en busca de refugio, pero al acercarme los pasillos empiezan a transformarse en algo vivo, palpitan, les salen protuberancias por los lados, crecen tumores en los ojos de buey. Una maroma me va persiguiendo todo el rato y casi me alcanza al final de la carrera. Entro en mi camarote para cobijarme allí a pesar de todo, pero no cierra la puerta porque la obstruye Carole King con el piano y las notas de su melodía. Me miro al espejo del camarote y se abre un pozo en el azogue por donde caigo a espacios de hielo azulado. Creo que me escaparé por ese frío azul, pero mi esperanza cae de golpe en una fuente de piedra y al tocar el agua se transforma en un monstruo verde que da volteretas hasta cubrir todo el barco de líquenes.
  
Bajo una luz estridente me doy cuenta, miedosa y avergonzada, de que he tenido una alucinación... Pero entre las teclas del piano veo cuervos pacientes tomando posiciones.


viernes, 18 de enero de 2013

run run



El día arrancó hace rato, pero se oye todavía un run run raro en lo más hondo de su maquinaria.
Será el aire frío, o la famosa tapa del delco.
Con varios tazones de café con leche entra al fin una marcha, se desencalla el acelerador y empieza a moverse poco a poco.
Por la puerta veo pasar varios estereotipos: el día por fin funciona.

martes, 15 de enero de 2013

Postdata.

                                      Ahora estoy intentando llegar al Cielo
                                                  antes de que cierren las puertas.
                                                                   Bob Dylan
                                                                             
                                                                  

La tarde se cuela por la línea del horizonte.
Desaparece.
Un té con hierbabuena,
las notas de Bob Dylan en el aire,
y yo, que apenas me oigo respirar,
intento desaparecer con la tarde
atravesando las cuerdas desafinadas
de mi guitarra.
Cada nota es un paso hacia fuera de mi,
quizás eso sea lo que me atraiga de la guitarra,
esa forma de existir en un lugar desconcido,
Tombuctú .
 
Postdata.
La infección de los pinos, imparable.
Los gorriones emigran a cables eléctricos, acosados
por imbatibles orugas.
Ya no cae, sobre la mesa del jardín,
la sombra de la tórtola.

domingo, 13 de enero de 2013

Carmelo


"Sólo se que algunas veces
cuando menos te lo esperas
el diablo va y se pone de tu parte."
J. Sabina.


Ojeando distraída un diario de alcance regional, encuentro, entre las noticias menores, una cara conocida. Me detengo a leer los cinco renglones que acompañan la foto. Dicen que el conocido delincuente Fulanito de Tal ha muerto en el atraco a una oficina bancaria de una barriada periférica de la ciudad.
Conmocionada, suelto la taza del café antes de que se me caiga al suelo.

Me parece que lo estoy viendo venir hacia mí aquella tarde, brusco y mal encarado, desde el otro lado del puente. Apenas era un adolescente con mala facha y persistencia de rasgos infantiles.
Trabajé durante un tiempo en esa ciudad, hace años, provisionalmente. Me trasladé sola: mi familia, mis hijos, quedaron en la vivienda habitual, en nuestra casa.
Una tarde -tarde rozando la noche-, de regreso a mi alojamiento, cruzaba por el llamado viaducto, a esa hora un lugar oscuro, aislado y solitario. Abstraída en el repaso de mis dificultades familiares y económicas, no me di cuenta de su presencia hasta que estuvo a pocos metros frente a mí. "Dame un cigarrito", dijo en tono desafiante, y yo empecé a rebuscar en el bolso el paquete de Ducados. Entonces sacó la navaja, una navajita pequeña con las cachas de madera pintadas de colorines con dibujos geométricos, y dijo, envalentonado: "dame mil pesetas", y yo: "¿estás tonto? no te puedo dar ese dinero", "dámelo, lo necesito", insistía él, "no te lo voy a dar, yo también lo necesito; no te lo voy a dar, toma el cigarrillo, te doy otros para luego… Por cierto, no deberías fumar, eres muy chico", "y a ti qué te importa, tú también fumas", "ya, dije, pero yo ya no tengo remedio".
Nos miramos desconcertados, sin saber qué hacer, cómo seguir esa escena, descolocados y asustados. Él guardó la navaja en un bolsillo. Encendimos los cigarrillos, uno cada uno. Hacía frío y empezamos a andar en la dirección que yo llevaba; hablamos de cosas corrientes: el trabajo mío, los amigos suyos… Se interesó por mis hijos y yo le pregunté por su madre y sus hermanos. Al llegar a la placita al lado de mi casa, le propuse tomar algo en una cafetería cercana; aceptó a condición de pagar él, yo pedí café y él un batido de chocolate.
Nos despedimos en la puerta con dos besos y algunas recomendaciones. Yo, que se anduviera con ojo con el tabaco y otras cosas; él, que no fuera tan confiada y nunca, nunca, me parara a atender a desconocidos, sobre todo si tenían su pinta. Yo, que contara conmigo si en algo podía ayudarlo durante el tiempo que me quedaba que estar allí, en su ciudad; él, que si tenía problemas con algún tipo de su misma calaña, que le dijera que era su amiga, amiga del Carmelo de Las Moreras, a modo de salvoconducto.
"Adiós, Carmelo, gracias por el café", "Adiós, María".
Al mismo volver la esquina de mi calle oí un grito: "ladrón, ladrón, mi cadena". Volví atrás. En mitad de la plaza, una señora chillaba y elevaba los brazos, alternativamente, hacia el cielo en actitud suplicante, y hacia el viaducto, acusadores.

Dice el diario de hoy que el conocido delincuente ha muerto de forma accidental, mientras escapaba del lugar del delito. Había robado siete mil quinientas cincuenta pesetas.

sábado, 12 de enero de 2013

Merzouga


Un día decidí irme al Sáhara.
Vivía en una situación de cotidianidad muy rara, entrando y saliendo de los laberintos del sistema sanitario, sintiendo que me había convertido en el centro excesivo -sobredimensionado- de mí misma... Entonces vi en la red un grupo que se iba a Merzouga con un proyecto de colaboración que me interesó. Me apunté. A la semana siguiente me fui a Algeciras a encontarme con la gente de la asociación y coger el barco a Ceuta. Desde allí, en autobús, cruzamos Marruecos hacia el sur en un viaje lento y accidentado. Nos retrasamos mucho por varias causas -la burocracia aduanera, la rotura de una pieza de algo, una distracción del chófer que nos desvió unos cuarenta kilómetros de la ruta- y antes de llegar al Atlas se echó encima la noche y tuvimos que parar en una aldea al pie de la cordillera para seguir por la mañana.
Un atracón de té verde me había hecho ir vomitando en el bus varias horas. Pasé la mitad de la noche sentada en el patio de la pensión donde nos alojamos con una anciana que amasaba tortas para el desayuno y que me hablaba con una música especial en palabras que yo no entendía; pero entendía perfectamente su tono de bondad. Hacía mucho frío y sacó mantas para las dos.
Cuando la mujer se fue a dormir, yo seguí en el patio viendo el cielo más grande que recordaba hasta ese momento. Al rato llegaron dos compañeros del viaje, se habían puesto de hachis hasta arriba y venían vestidos con chilabas y riendo. Se quedaron conmigo hasta que amaneció. Entonces nos dispusimos a ducharnos y a prepararnos para la etapa de ese día.
No sabíamos lo dura que sería.
Cruzar el Atlas en un autobús desvencijado era como estar dentro de unas maracas que sacudiera un loco. Por suerte, mi sobredosis de té con hierbabuena ya se había metabolizado y pude llegar a Merzougha medianamente hidratada. Falta me hacía.
Cuando el autobús paró en medio de la arena, en el campamento, la temperatura oscilaba entre 49 y 50ºC. Queriendo convertirnos en sombras, todos nos fuimos pegando a la mínima sombra de las jaimas, un palmo escaso de orla alrededor de las paredes de tela que daban al este; nos sentamos allí, exhaustos, pegados a las tiendas, sin hablar, sin casi respirar...
Un grupo de niños bereberes jugaba a perseguirse. La arena revoloteaba como un velo alrededor de sus piernas.
El peso del sol y de la luz dolía.
Ya estaba en el desierto.

miércoles, 9 de enero de 2013

Arritmia y anacronía

Tus cartas, amor mío, me conducen
al desconcierto absoluto.

"... lo único que quiero es mirarte, mirarte hacer lo que sea:
leer un libro, charlar con tus amigas,
sonreír dulcemente para nadie,
verte sentada en la butaca de cualquier cine,
o simplemente mirando absorta a través de una ventana.
Y si rozo tu pelo, que pienses que fue una corriente de aire:
-algo debe estar abierto-
y que un cosquilleo recorra tu cuello como un beso.
Contemplarte así, detenida en el tiempo,
y susurrarte con algun sonido lejano palabras incomprensibles pero suaves,
y no más que reflejarme un segundo en tus ojos... "

No escribas.
Tú te fuiste, deja que yo me vaya.
El hueco de mi pecho no soporta
más ataques de arritmias
ni más anacronías.