miércoles, 19 de diciembre de 2012

El patio de mi casa.


El día que entró la primera otsein en casa, a mi hermana y a mí no nos dejaron estar en el lavadero, para que no estorbáramos. Mientras la instalaban, en el rincón donde Paca solía poner su silla baja de enea, nosotras permanecíamos arriba, mirando desde la ventana que daba al patio, aquella caja enorme de donde salió un aparato cúbico de color blanco sanitario.
El lavadero estaba en un patio de la casa. Allí había una pila de piedra con los caballones del restregador desgastados por el tiempo y el uso, un gran depósito de agua, cubos y barreños de zinc de diversos tamaños y un armario viejo donde se guardaban los avíos de la limpieza. Había una morera alta y gorda que sacaba su copa por encima de las tapias. Y había también un escabel de madera, donde nos upábamos mi hermana y yo para llegar al borde de la pila, cuando jugábamos a ayudar a Paca a lavar la ropa.
Sabíamos que Paca tenía un hijo y una casa, pero nunca la vimos en otro lugar que en nuestro lavadero. Como si viviera allí. La veíamos ya en el patio por la mañana temprano, antes de salir para el colegio, y a veces seguía allí por la tarde: de pie ante la pila, siempre en movimiento sus manos, jordanes perdonadores que daban la absolución a nuestra ropa sucia.
Nos gustaba estar con ella en su mundo de agua y jabón que era un mundo de magia, porque Paca nos contaba historias que iba inventando a partir de las cosas que encontrábamos en los bolsillos. Decía que antes de lavar había que registrar bien los bolsillos de la ropa, en busca de los cuentos que contenían. Limpiar los bolsillos era el cometido de mi hermana y mío en el ritual del patio: encontrábamos una moneda, una entrada vieja del teatro, un trozo de lápiz… cualquier cosa se convertía en elemento central de historias que Paca relataba sin dejar de restregar. Cuando aparecía un trozo de papel con algo escrito nos lo hacía leer y ella escuchaba, quieta por un instante, pensativa, a veces con la frente fruncida y a veces sonriente, disfrutando de nuestra expectación golosa de niñas mal nutridas, y enseguida retomaba el vaivén del jabón verde escurridizo mientras iniciaba el cuento que correspondía a aquel hallazgo.
Cuando oímos hablar de comprar una lavadora intuímos, por la similitud entre los nombres, que vendría a suplantar a la lavandera. Y pese a carecer de contenido concreto, la palabra lavadora pasó a formar parte de nuestro imaginario fantasmal infantil, camuflada entre las cosas inexplicables que nos causaban temores difusos y sueños agitados.
La mañana que aparecieron los dos muchachos con la caja, supimos que era la sustituta de nuestra Paca. Mirábamos por la ventana cuando la sacaron de los cartones y la montaron, entre los comentarios aprobatorios de nuestros padres, modernos empedernidos, y la distancia fría de Paca, que simuló ignorar todo el proceso de la instalación de cara a la pila, sin dejar de lavar.
Mirábamos aquello, y era tan triste... Entonces empezamos a llorar a gritos, como enloquecidas. Mis padres subieron, alarmados y enfadados, abandonando el patio y desviando su atención del trasunto mecánico al restablecimiento del orden.
Así, con un llanto chillón y lastimero, le evitamos a Paca tener que oír la alharaca de alabanzas y piropos que suscitaba aquel aparato.
Fue un pobre tributo el nuestro.
Fue una pérdida imborrable la de Paca. Siguió yendo un tiempo por casa, pero cada vez con menos frecuencia, hasta que dejamos de verla. La lavadora pasó a ser la reina indiscutible del patio, entronizada en el antiguo rincón de la sillita de enea.
El día que entró la primera otsein en casa, empezamos a olvidar que había que buscar cuentos en los bolsillos.
(Para mi hermana)

jueves, 13 de diciembre de 2012

Yo lo noté...

Hay días que nacen ya con vocación de fracaso.
Esto es muy dramático y grandilocuente para días sin pretensiones, como suelen ser los míos

Pero

Son días torpes, que parece que entran en el despertar como dando un traspiés.

Hoy, por ejemplo, yo esperaba un ligero deslizamiento por las horas hasta que la mañana cayera imperceptible en la tarde, y la tarde en la noche...

Pero a poco de empezar a usarlo, se me rompió el día.

Lo noté ya desde primera hora de la mañana.

No era sólo el mal tiempo, el viento, las nubes blancas cargadas de polvo...

No era que además me había quedado sin café. No.

Es que el día llegó como sin ganas, porque tenía que llegar, que si no, se queda en la noche anterior.


Yo lo noté.



lunes, 10 de diciembre de 2012

Dudas



Cuando terminó el entierro y los asistentes comenzaban a salir del cementerio, a uno de los primos del difunto se le ocurrió que alguien debería pasarse por el piso donde Antonio había vivido los últimos meses, antes de que lo hicieran sus padres. La idea era evitarles el impacto emocional añadido que les supondría encontrar restos a medio terminar de la vida del hijo. 
Es sabido que las muertes inesperadas dejan tras de sí una estela de presencias inconclusas y extrañas, que quedan suspendidas en el aire de la casa hasta que son aventadas. Y pensaban que sería más exactamente así en el caso de Antonio, que era tenido por todos sus conocidos como un hombre desorganizado, indeciso, voluble y, en general, disperso. Una broma recurrente entre los amigos era decirle que se cayó cuando chico en la marmita de la incertidumbre. 

De todas formas, nadie se explicaba cómo pudo caerse por la ventana de su dormitorio, en un octavo piso. 
Sus descuidos, dijeron. 

Acordaron que esa tarde irían dos de sus mejores amigos a revisar la vivienda. Encontraron el piso en el perfecto desorden que esperaban y, sin más, se pusieron a limpiar y recoger los restos dejados por su desgraciado propietario: ceniceros llenos de colillas, vasos sucios, pañuelos usados... 
Antes de irse fueron cerrando ventanas. En la del dormitorio encontraron, sujetos entre la pared y la cinta de la persiana, un montoncito de papeles arrugados. Se sentaron en la cama y los fueron alisando y leyendo: 

- Sr. Juez: he decidido acabar con mi vida por motivos que sólo a mí interesan. No encuentro qué sentido tiene escribirle a Vd. pero creo que hay que hacerlo, con objeto de alejar cualquier sospecha que pudiera recaer 
...
- Querida mamá: eres la única persona a quién se me ocurre escribir en estas circunstancias, y es que no quiero que sufras por mí. Sobre todo, mamá, no debes sentirte culpable de nada. He sido un raro toda mi vida, ya lo sabes, pero estoy seguro de que eso no tiene nada que ver contigo y con papá, que no se debe a ningún fallo en vuestro cariño o en las maneras de 
...
- Mi querido amor, Marisa: qué incoherente este comienzo, decir de entrada que te amo y dejarte - y dejarme- en plena explosión amorosa, cuando se genera tanta energía. Pero es que, amor mío, ya casi antes de empezar a usar este amor, veo apagarse las luces y la música que produce. Se debe a mi pesimismo. Te aseguro que esta despedida será ya la última. No me conformo con la visión de la próxima planicie de mi vida, a la que irremediablemente 
...
- Alfonso, amigo, a ti puedo decirte, en confianza, que me aburro. Me aburre comer, salir, beber, hablar, dormir... y no te cuento cuánto me aburre mi trabajo porque eso ya lo sabes. El sexo se salva, pero no compensa, por lo muy infrecuente de su uso. Bueno, ya sabes que la relación que mantengo con mi cuerpo nunca ha sido especialmente 


Había otras cuatro cartas iniciadas: una para un compañero de la oficina, otra para el presidente de la comunidad de vecinos de su edificio y otras dos más sin encabezamiento. 

Doblaron con cuidado los papeles, acordaron guardar el secreto y lloraron tristemente. Y, también tristemente, sonrieron con ternura: hasta el final, Antonio se había estado cociendo en la marmita de la incertidumbre.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Triste nota incompleta

...encontrarme contigo en el viejo patio del rectorado, estar esperándote solo en la fuente, verte llegar, es material para tejer por lo menos un día feliz.
No me vendría nada mal un jersey de ese tejido.

Pero no viniste ni yo te esperé. No hay hilos para tejer felicidad.

Mi día, ya te imaginarás: ausente.
Tuve la sensación de estar en uno de esos laberintos antiguos de piedra, estrechos y descubiertos al cielo. Paredes de piedra gris altas, gruesas y humedas, suelo empredrado como el de aquella cuesta por la que subimos una vez en Cacela Velha.
Camino sin rumbo, con la mirada atrapada entre el suelo y las paredes casi todo el tiempo. Algunas veces levanto la cabeza, miro al cielo, veo alguna gente volar, no sé por qué vuelan. Vuelvo a apartar la mirada sin dejar de caminar.
Aunque lo note sólo cuando oigo arrastrarse los zapatos sobre el suelo, sé que mis pasos son cansados. Quiero deternerme. Me siento con las piernas cruzadas, apoyo la espalda contra la pared. Está fría. Dejo de sentir el frio y pierdo la mirada. No me siento alli ni en ninguna parte.
Vacío.
No sé cuánto tiempo paso, pero me siento entumecido. Me levanto y sigo por cualquier dirección del laberinto, sin saber ni siquera por donde vine, sin importarme aunque lo supiera...


martes, 4 de diciembre de 2012

Frase perdida




A veces, al abrir el escritorio del ordenador, me sorprende (me espanta) el riguroso desorden de carpetas, papeles sueltos y notas aparentemente sin sentido repartidas por la pantalla en diferentes formatos de documentos de todo tipo... Me aturde de pronto ese conjunto heteróclito de escritos que -pienso- deben tener, o haber tenido en su momento, algún significado.

Hay días en que sé deslizarme como una bailarina por el laberinto de hojas despistadas entre destellos blancos.
Hay días (otros días) en que pienso que tendría que hacer una gran limpieza en las entrañas del ordenador antes de seguir acumulando detritus mentales en este pobre accesorio tecnológico.
Nunca me decido: siempre me dieron miedo las grandes limpiezas, y es muy posible, además, que luego no sepa moverme entre documentos ordenados y bien etiquetados.
Creo que me dispersaría más en el orden (caso de conseguirlo) que en este barullo de ahora, cuando ya sé que abriré carpetas y me sorprenderán contenidos que nada tienen que ver con sus títulos de origen.

Me suelo mover con bastante soltura en las trayectorias erráticas de mis papeles mal archivados, ya digo...

Pero ahora abro una hoja de bloc y veo esto:
cambio desierto místico por paladines


Me sobrecoge esa frase que no sé adónde iba ni para qué.
¿Qué pretendía escribir yo a partir de esa frase?
¿En qué desierto estaba mi espíritu?
Y, sobre todo
¿Para qué querría yo paladines...?

Decido que hoy no es día de escritura y apago el ordenador.
Seguro que él me lo agradece.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Palabras de humo

¿Sabes?...
Podía escuchar incluso el zumbido del cosmos
en el intenso vacio que dejabas
después de cada cita
como si fuese arrojada de la vida a un limbo
-o como se llame ahora-
en el que tu ausencia era
lo unico palpable 
lo único sensible.

El resto del mundo parecía de plástico 
carente del más mínimo interés 
incapaz de emocionarme
o de hacer menos evidente el hueco de mi pecho.

Mi vida seguía entretanto

como si tal cosa.