jueves, 24 de mayo de 2012

La tienda de la esquina


La lavandería de la esquina es ahora una tienda de chinos. Ayer fui a llevar un edredón que no cabe en mi lavadora y me di de bruces con un local lleno de productos impensables, asombrosos y perfectamente inútiles en su mayoría. Desde el mismo portal te rodean manojos de sombrillas, cestos de plástico, percheros cargados de camisetas, butacas plegables, lámparas de papel de diversos colores... Bueno, esos productos son los más prácticos; esos y toda la gama de droguería, papelería, marquetería, ferretería... pensándolo bien, la tienda es un práctico combinado perfecto de corte inglés de barrio en sesenta metros cuadrados. Luego están las bolas en imitación cristal conteniendo un pueblo tirolés con nevada de imitación pésima; marcos de fotos que no soportan un soplo; bandejitas minúsculas pintadas de brillos; portales de Belén tan absolutamente fuera de temporada que hasta me emocionaron -estuve tentada de informar a los dependientes de que no era momento de belenes, pero me pareció idiota por mi parte-

Entré cargando mi bolsa por si sabían de una lavandería cercana y, con sonrisa de inmutable beatitud, una chica china me lo quitó de las manos, se lo pasó al chico chino y ambos me dijeron que volviera en cinco minutos. Entendí que son los mismos cinco minutos que te dicen que esperes en un restaurante, pidas lo que pidas, así que tironeé para recuperar el edredón, lo soltaron enfadados y, como tengo poco carácter, para congraciarme con ellos compré unas cuantas velas que no usaré nunca porque huelen intensamente a ambientador de limón unas y a sopa de sobre con cominos otras. Pero como vamos a ser vecinos ad infinitum -estoy convencida- quiero mantener con los chicos y su negocio buenas relaciones de vecindad y de clientelismo.

Al salir, me di cuenta de que la familia de gatos que vive en la plaza se ha vuelto a reproducir. Unos cuantos cachorrillos de ojos cerrados mamaban afanosos de su madre, tumbados a la sombra de un naranjo. Los de camadas anteriores se vinieron a jugar con mis zapatos y a tironear de la bolsa, que llevaba casi a rastras... 
Luego les bajaré algo de comida.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La vida pasa por la acera



Carmen no se concentra en el libro que está leyendo porque, por el balcón entreabierto, le llegan las canciones que, a rachas, entonan los vecinos del portal. Los vecinos del portal son del portal en sentido estricto, es decir, viven allí, en el mismo portal. Durante el día se mueven un poco por el barrio arriba y abajo, se sientan en la placita, duermen a ratos en los bancos, rebuscan por los contenedores... pero al caer la tarde se van al portal de la casa donde vive Carmen, disponen allí sus cartones, sus trapos y sus bolsas y se acomodan para pasar la noche. Son silenciosos, se mueven como sombras, miran pasar la vida por delante de su trozo de acera con ojos estuporosos, una colilla en los labios y el mayor desdén del mundo. Carmen los conoce desde hace años; le parecen restos de un naufragio, de cuando el tsunami de la heroína se avalanzó sobre el barrio y dejó caer esa enormidad insoportable en muchas casas y cuando la ola se retiró quedaron ahí, por las aceras, como despojos... 


Está interesada en Stoner, lo ha empezado a leer esta tarde porque se lo recomendó un amigo y le parece una narración interesante. Pero se cuelan en su piso fragmentos de viejas canciones:


Más me preocupan tus ojos que el odio del enemigo
       Nunca perdí por la fuerza, sólo el amor me ha vencido...

Se asoma al balcón. Rafa la ve y la llama con su voz pastosa y confusa, como si las palabras rodaran un rato entre la lengua y los dientes antes de sonar, o como si nacieran ya cansadas y con vocación de apagarse antes de salir de la boca:
- Carmen, baja un ratito
- No, Rafa, me voy a acostar pronto
Coge el libro y trata de leer la historia de ese profesor anodino, una historia como tantas pero contada de manera extraordinaria. Suben las voces de Rafa y Paco, desentonadas pero convencidas:
                                     
                                       Habrá un día en que todos al levantar la vista
                                       veremos una tierra que ponga libertad...

Carmen sonríe, vuelve a dejar el libro en la mesita y sale al balcón otra vez; los chicos tienen esta noche el "disco duro" conectado en una emisora de canciones revolucionarias y piensa que es bonito guardar determinadas cosas en armarios seguros cuando casi todos los recuerdos se han borrado o están en vías de extinción.
                                
                                        ...y entonces llegó Fidel
          se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó parar

- Carmen, baja y echamos un cantecito

Carmen le dice a Stoner que se espere un poco en su Universidad de Columbia, coge unos zumos de piña en envases individuales, el paquete de tabaco, el mechero, las llaves, y se baja al portal. Por la escalera se da cuenta de que va en zapatillas pero da igual, allí nadie lo notará; aunque fuera en zapatillas al supermercado, o incluso a la misa de doce de la famosísima iglesia de al lado, casi nadie se fijaría, en ese barrio todos andan un poco locos. Quizá por eso le gusta tanto a ella, por ese punto reconfortante de locura compartida.
Rafa y Paco se alegran al verla salir; Paco lleva en la nariz una bola roja de payaso que se ha encontrado en el suelo. Abren los zumos y beben, encienden un ducados.
- ¿Cantamos por Silvio?
Paco empieza a cantar en voz baja y desafinada

             ... él descubrió que las minas del rey Salomón estaban en el cielo
 y no en el África ardiente, como pensaba la gente

Los demás se unen ahí y luego empiezan de nuevo la Canción del elegido desde el principio. Siguen con un repertorio similar y al poco Carmen dice que se va yendo.
- Espera, mujer, un cantecito para terminar
- Venga, una soleá y nos acostamos
Rafa empieza a dar palmas sordas, Carmen lo sigue al momento, Paco se une al poco y en unos minutos los tres están a compás

                                                  Tengo una penatan grande
                                                  que ya no sé discernir
                                                  si es que yo tengo una pena
                                                  o la pena me tiene a mí

Daba mucha pena ver las lágrimas que caían por la cara de Paco, a ambos lados de su nariz roja de gomaespuma, que absorvía algunas lágrimas de las que pasaban rozándola.

Unas cuantas soleares después le dieron el último trago al zumo, y Paco y Rafa se resbalaron por los cartones y se acurrucaron. Carmen recogió los tetrabricks vacíos y entró en la casa, cerrando la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido.

                                                                  

                              

martes, 15 de mayo de 2012

¿Existo?


Una amiga me preguntó hace unos días si existo. Mi amiga hace ese tipo de preguntas, y tiene sus razones, pero de entrada descoloca bastante enfrentarse a semejante enigma sobre la propia existencia. Yo suelo sacar mi lado más frívolo ante cuestiones de difícil solución y respuesta, y salgo por los cerros de Úbeda poniendo un parche provisional a la brecha de desconcierto. 
Pero esa pregunta, aunque hecha en un contexto muy preciso, se quedó remoloneando por los circuitos cerebrales y, de vez en cuando, asoma la patita. Es lo que tienen las preguntas de hondo calado, que requieren respuestas y exigen que haya que pensárselas un poco.
Mi amiga me preguntó "¿Tú existes?" y como en el momento en que lo dijo no tuve yo tiempo de recurrir a filósofos y pensadores varios que me orientaran en la respuesta, contesté -cautamente- que no estaba segura de esa existencia mía porque me percibía siempre vagamente. Algo así contesté, así de impreciso y de huidizo, no recuerdo bien -lo que de verdad no existe en mí es una memoria fiable-
Pasados unos días, la pregunta sigue rondando ahí dentro y, a la que me descuido, me asalta; por ejemplo, cuando el cuerpo se abandona al calor y la molicie, la mente, por distraerse, empieza a vagabundear y se encuentra de golpe con la pregunta, entre sinapsis neuronales más o menos achicharradas: "¿Existo?" La pregunta reluce como un neón inquietante. La espanto momentáneamente contestando con desgana que existo a ratos y no siempre de la misma manera, y no siempre con gusto... 
El neón de mi cerebro parpadea y creo que se autoelectrocuta por no escuchar tonterías.

domingo, 13 de mayo de 2012

Termómetros de mayo


13 de mayo, un calor infernal se cuela por la ventana abierta.

Las golondrinas que viven desde marzo en el cajón de la persiana deben estar medio muertas, porque han pasado la noche en silencio absoluto, sin ese rascar de madera que tanto me molesta y me acompaña, todo a la vez.  
Espero que se vayan pronto a zonas más frescas.
Ahora las oigo removerse entre las lamas de la persiana; imagino que desentumecen las alas, estiran sus cabezas, menean las colas, abren los picos y se hacen, en definitiva, la puesta a punto que corresponda a su naturaleza volandera. Tendrán hambre y necesitan espabilarse. En cuanto se sacudan el sopor, las que hayan sobrevivido a esta noche de verano anticipado saldrán volando a buscar comida... 
Una, dos... Sólo dos revolotean.

Yo sigo en la cama viendo pasar nubes en hilachas blanquecinas por un cielo casi blanco también, de pura calima. Ahorro energía para el resto de calor de hoy. La radio apagada por falta de pilas me recuerda que tengo que comprar pan y, como las golondrinas, pese al calor, empiezo a pensar en desperezarme mínimamente -estirar brazos, levantar cabeza, mover piernas- y ducharme y vestirme para salir a buscar comida antes de que los termómetros empiecen a acumular grados sin miseria y sin compasión.

lunes, 7 de mayo de 2012

Un bolso rojo, pequeño...


A pesar del humo, al entrar en el bar la vi en la barra al primer vistazo. No contaba con eso. Hacía tres meses largos que habíamos terminado y la herida me seguía supurando una mezcla de amargura y cabreo. Estaba allí con un tipo que le parecía a Kurt Cobain, y eso me hizo sentirme mucho más pequeño.
Me acerqué a ellos con una malísima imitación de los andares de Clint Eastwood:
- Hombre, Juan, tú por aquí... ¡¡SOLO!! -sonrisa irónica, mirada más irónica todavía, temblor en los labios-
- No, qué va, he quedado... más tarde ¿Y tú qué tal?
- Fantástica -y al decirlo le dio un beso en los labios al guiri, levantando un pie para que me fijara en sus zapatos y sus medias-
- Ya veo...
- Ya ves... Y no me quita el tabaco del bolso, ni lo registra, como otros -dijo, haciendo una broma tonta que era sólo nuestara.

Llevaba el bolso rojo que compramos una vez en Tánger. Un bolso redondo, aplastado y tan pequeño que, como bolso, era una absoluta nulidad práctica: en él no cabía nada, así que siempre que lo usaba, mientras estuvimos juntos, metía en mis bolsillos el tabaco, el móvil, el paquete de pañuelos... Me empecé a emocionar recordando esos detalles de la intimidad de las pequeñas cosas. Para disimular, me volví a pedir el gin-tonic y ella, con su peculiar descuido estudiado, me puso la mano en la espalda mientras hablaba con pseudoKurt en un inglés de guardería. 
De vez en cuando me ponía su cara enfrente y me preguntaba por mi cita:
- Tardan... ¿no?
- Un poco, pero no importa, me gusta este bar de siempre, ya lo sabes.

No quería hablar con ella, así que me despedí con un gesto y me trasladé lejos de la barra. Me apoyé en una columna que quedaba a oscuras y desde allí la veía buscarme disimuladamente forzando la vista -siempre fue un poco miope, una miope que salía sin gafas- 
Al rato se fue del bar mientras el guiri estaba en el cuarto de baño.

Yo habría dado en ese momento cualquier cosa por saber si seguía llevando en ese bolsito rojo la foto de cabina que nos hicimos juntos una madrugada lejana. Y por saber cuántas veces habría estado yendo por ese bar desde que acabamos...
Me terminé el gintonic y salí.
En la puerta del bar, el rubio miraba la calle arriba y abajo, desconcertado.
Pasé sin decirle nada.

domingo, 6 de mayo de 2012

Anoche soñé


Anoche soñé que te veía; era una escena estática y silenciosa ante un escaparate. Apenas hablamos y yo al principio no sabía quién eras, hasta que vi la tristeza profunda de donde emergía tu mirada. Tu inconfundible tristeza. Dijiste algo acerca de la inmovilidad que manteníamos en la vida, de las posiciones enquistadas, del absurdo cotidiano -tu tema favorito, siempre has sido un filósofo-
Es curioso vivir en sueños una realidad paralela y tan fiel a su modelo, aunque con pequeñas distorsiones. 
No te dije nada, sólo miraba tus ojos que eran como estanques de pena. Te miraba y escuchaba tu eterna letanía de quejas. 
Por una vez, no traté de animar tu visión pesimista, esa que llevas impresa en el alma y depositas sobre todas las cosas. 
Por una vez no contradije tus observaciones oscuras con algunas palabras que pretendieran arrojar un poco de luz. 
Por una vez ni siquiera sonreí... A tu lado, rozando tu cuerpo, miraba como tú hacia el escaparate, dejándome infiltrar el alma por la atmósfera pesada y abatida de tu humor melancólico.

Entonces me fijé en los productos del escaparate: eran prótesis para todo tipo de lesiones... Rodilleras, coderas, muletas, plantillas para los pies, zapatos aparatosos, férulas, vendas, audífonos... todo el material en color negro, gris y marrón. ¡Estábamos parados juntos mirando el escaparate de una ortopedia!

Me eché a llorar, cogí tu mano y era de plástico duro. Lloré más fuerte y me despertó mi propia congoja, la humedad de la almohada y la sensación de estar viviendo en una realidad llena de prótesis.

viernes, 4 de mayo de 2012

4 de mayo

                                                                                


                                                         

                                                                                   



Querida A.
No paso por mi mejor momento, no recuerdo ya cúando comenzó la causa, pero vivo dejándome llevar por el mundo, nada me impulsa a resistir o esforzarme en alguna dirección concreta. 
No es nada nuevo ni desconocido para ti, no tengo esperanza. Tu no habitas en este mundo carente de sentido sino que formas parte de un mundo paralelo. Allí el tiempo, los lugares, los sentimientos existen porque los percibo intensamente. 
Nada nuevo. 
La gravedad es la fuerza del mundo gris, agarra los pies al suelo y los retiene, miro hacia arriba y allí brilla el otro mundo. Cojo impulso, salto y atravieso la niebla... 
-Es inútil, sé que caeré de nuevo-
Pongo mis pies en el otro mundo, el tuyo, y mi peso hace tambalearse el suelo, creo que desplacé su órbita unos cuantos metros.  Mi peso es excesivo para tu luna de papel... Se aleja con un soplo.
Es triste, la proxima vez será más difícil volar...
Y.


                                                                                          
"Después de un invierno malo,
 una mala primavera" (Fito)   


jueves, 3 de mayo de 2012

Muerte en jueves


Mi hermana se acuerda siempre de mi extraña costumbre de morirme los jueves.
Todos los jueves, a las doce en punto de la mañana, durante todos los períodos vacacionales, yo hacía la representación de mi muerte.
Era una puesta en escena burda, donde siempre introducía alguna variante, ya fuera en el tono de la voz al despedirme histriónicamente del mundo, ya fuera en el lamento final, ya en la manera de caer desplomada (eso sí, siempre sobre la cama o en algunos cojines dispuestos para tal fin). 

Daba igual cómo hiciera el teatrillo: por muy manidos que estuvieran los elementos empleados, por muy ingenuos o ridículos que fueran mis recursos teatrales, mi pobre hermana siempre quedaba paralizada de terror, y luego gritaba como una loca, hasta que mi madre o mi abuela venían de donde estuvieran a poner orden, un orden que se restauraba fácilmente a través de un método que consistía, básicamente, en decirnos si éramos tontas o qué, a lo cual se añadía un tortazo en el culo al pasar por nuestro lado, así como el que no quiere la cosa.

Lo cierto es que, a fuerza de hacerlo, llegué a lograr representaciones de jueves en que el papel de muerta me salía cada vez mejor, con más refinamiento y mayor parafernalia escenográfica.

“Me muero de puro jueves”, decía yo con voz desmayada, y me metía en faena inmediatamente. Cuando comprendía que había muerto lo suficiente por ese día, regresaba desde esa muerte pasajera, para alivio de mi hermana y paz de toda la casa. Procuraba, no obstante, que mi vuelta a la vida fuera acorde con la salida de la misma, y empezaba a resucitar entre gemidos y miradas que querían imitar la perplejidad, pero enseguida me traicionaba yo sola con amplias sonrisas a derecha e izquierda y luego con las risas ya francamente descaradas de la que sabe que, una vez más, ha logrado una representación bastante vívida para su hermana pequeña.

No sé si me daba cuenta entonces, pero ahora me pregunto porqué me complacía en proporcionarle, de forma tan cruel y ritualizada, esos momentos angustiosos; ahora sé que los alaridos que daba eran de desamparo y de dolor: sufría mi pérdida cada jueves como si fuera siempre única.

Pero creo que también sufría yo. Creo que no se trataba sólo de una representación para hacer sufrir, sino que era mi sufrimiento expresándose como podía. ¿Había un arma ahí, a mi alcance, y la utilizaba para defenderme de mi propio desamparo? Pronto, demasiado pronto en todo caso, sabemos que podemos usar las armas que tenemos, cualesquiera que sean, contra alguien más débil, más inocente, más necesitado... Y contra uno mismo.

Todo un clásico, por desgracia constante.


miércoles, 2 de mayo de 2012

Una espalda desconocida en sábanas amarillas



Me despierto con frío en una cama extraña de sábanas amarillas que caen por un lado hasta el suelo. Tengo la boca seca, la mente desorientada, un gong dentro de la cabeza y, lo peor de todo, un cuerpo junto al mío. Me quedo quieta tratando de saber dónde estoy y por qué estoy allí -donde quiera que sea- en esa cama y en esa casa; y de quién es ese cuerpo que duerme a mi lado vuelto de espaldas, respirando casi sin ruido.

¡¿Qué había hecho yo la noche anterior, por Dios?!... No tengo ni idea y me está empezando a torturar la sed acompañando al dolor de cabeza. Parece que tenga arena en la boca y un camión aparcado sobre la frente. Cierro los ojos en un intento de que desaparezca esa escena de cama ajena conmigo dentro. Pero cuando vuelvo a abrirlos todo sigue igual.
No quiero moverme, ni casi respirar. Tengo a un palmo de mi cara una espalda desconocida y distingo todas las vértebras que caen en mi campo visual, las costillas del lado izquierdo moviéndose arriba y abajo. Me fijo en un grano purulento en la zona escapular izquierda y de forma instintiva mis manos se acercan queriendo estrujarlo: por fortuna, paro a tiempo los dedos ya preparados en pinza.

Necesito agua; fantaseo con una fuente donde meter la cara y con un tazón enorme de café que me absuelva del desconcierto de hoy y del olvido de anoche.

De pronto pienso que tendría que ir a trabajar, aunque no sé el día que es. Miro el reloj ¡¡son las 07.09h. y yo entro a mi trabajo a las 08h!! si consigo saber rápido dónde estoy podría pedir un taxi y quizá llegar a tiempo. Necesito salir de la cama y encontrar el baño, agua, un teléfono, mi ropa... Pero no quiero moverme para que el dueño de la espalda no se gire antes de que yo pueda entender algo.

Anoche...Anoche...
Estamos en feria. Sí, anoche fui a la feria con mi compañera de piso y unos amigos. ¿Qué más? Habíamos quedado en la caseta de otros amigos y al rato llegaron unos chicos que trabajan en la radio; mi compañera los saludó y nos presentó a todos. Uno era guapísimo. Yo recuerdo que estuve bailando bastante con uno de ellos, no sé cual; bebí algún gintonic, o varios, porque tengo una visión de mí misma sosteniendo un vaso largo de líquido transparente con cubitos que yo no paro de mover porque me gusta oír el tintineo del hielo en el vidrio.
Así que bebí, bailé...
El guapo me decía algo, creo que me tiraba los tejos y que empezamos a tontear, aunque yo sabía que le gustaba a una de mis amigas. Recuerdo que de pronto uno me alargó la mano y yo, tontamente, le puse dinero para que pagara algo en la barra; muerto de risa, me devolvió el dinero y me dijo que lo que quería era mi mano para empezar a caminar. Yo cogí esa mano y echamos a andar por calles estrechas, riéndonos, coqueteando... Yo tenía frío y él -quienquiera que sea- me puso su chaqueta y me dijo que su casa estaba allí al lado.

¡¡Por Dios!! No me puedo creer que me acosté anoche con alguien a quien ahora no recuerdo. No me dice nada esta espalda, salvo que estoy muy loca. Debería despertarlo y pedirle ayuda para usar su teléfono y llamar un taxi; para que me de una toalla y me encienda el termo para ducharme ¡¡Y ni siquiera sé su nombre!! Miro de nuevo el reloj: las 07.39h ¡madre mía, tengo que moverme ya! Rozo de arriba abajo la columna vertebral que tengo delante de mis narices y digo discretamente en voz baja “buenos días”, él se mueve, empieza a girarse -¿quién será este tío?- se para en medio del giro, insisto: “perdona, necesito llamar a un taxi... ¿tienes teléfono?” se vuelve del todo: es el guapo. Me mira, sonríe, me abraza. Dice que él me lleva al curro y prepara café mientras me ducho.

Llego tarde al trabajo. Muy tarde.
No encuentro consuelo para mi cabeza: ni para el dolor ni para justificar mis disparates.
Me digo que jamás volveré a pisar la feria...
En fin, que no la pienso pisar más este año...
Bueno, que seguro seguro, esta noche no voy a ir a la feria...

martes, 1 de mayo de 2012

Circo


Llego al quirófano en una camilla que ha ido traqueteando por los pasillos y que amenazaba descomponerse del todo al entrar en los ascensores.
La empujan con prisa hasta ponerla paralela a la mesa de operaciones y me preguntan si puedo pasarme sola o si necesito ayuda: me traslado sola queriendo disimular los temblores.

Esto está lleno de gente enmascarada que no veo bien, porque unos focos que arden como estrellas me ciegan al momento. Me tumbo como me indican, se me acercan, sólo veo de ellos ojos de mirada profesionalmente simpática; saben que tengo miedo y me hablan en voz cálida, todos a la vez: “no te dejes impresionar por todo esto”, “ya mismo acabamos, antes de que te enteres estás en la habitación”, “venga, relájate y disfruta”, “coloca la cabeza aquí”, “deja el brazo quieto que te tengo que coger una vía”…
“Ahora te vas a ir durmiendo, cuéntanos algo, el nombre de tus hijos” y empiezo: Pedro, Miguel, Am… y no puedo seguir porque noto que empiezo a despegarme de la mesa y me agarro fuerte a los lados.


Estoy en un trapecio cogida de las cuerdas laterales y me balanceo dando un larguísimo vaivén de un extremo al otro de la carpa; estoy tranquila con mi equilibrio y no tengo miedo a la altura y al vacío, al contrario, me siento cómoda y ligera, así que me suelto, abro los brazos en cruz, levanto un pie de la barra y estiro la pierna... estoy feliz columpiándome sobre un solo pié y suelta de manos, cortando el aire. Entonces el trapecio cambia bruscamente el sentido del movimiento, pierde su anterior trayectoria y yo empiezo a vacilar, miro para todos lados y no veo nada, sólo las cuerdas del trapecio y un agujero negro alrededor.



-¿Qué pasa con la anestesia? Esta mujer no para de estremecerse, aumenta la dosis.

Un segundo en vilo y pierdo pie: caigo tranquilamente pensando que me parará la red, pero sigo cayendo y cayendo y no hay red que me sujete.

- Controladme esa tensión, que está por los suelos, hay que subirla antes de seguir.

Aparece el jefe de pista vestido de lentejuelas desde el gorro hasta las babuchas, y tocando unos platillos estridentes anuncia mi llegada al suelo entre un redoble de tambores y entonces yo, finalmente, me estrello sobre la pista.

- Alúmbrame bien la zona, acerca ese foco, rápido.

Salen por distintas puertas unos payasos sonrientes, con grandes escobas de colores chillones: verdes, azules, naranjas, amarillas... y empiezan a barrer los pedazos, mis pedazos, que ahora son  bolas de papel que revolotean en el torbellino de los escobones.

- Aspira aquí que con tanta sangre no veo nada. Aparta las gasas manchadas, mete compresas limpias...

Los payasos, con sus bocas pintadas de risa, barren de la pista las bolas de papel, que se colorean al contacto con las escobas. Oigo las carcajadas de los espectadores y sus silbidos de admiración desde la oscuridad de las gradas.

- Bien bien bien, parece que remonta, seguidle metiendo suero a chorros.

Las bolas de papel se inflan y redondean y se convierten en globos que empiezan a subir de nuevo al trapecio; los payasos tratan de alcanzarlos con las escobas dando saltos por la pista, jaleados por los gritos y palmas de los espectadores y por los aspavientos del jefe de ceremonias, con su vestido destellante.

- A ver si cerráis deprisita, que la quiero ir despertando ya…

El jefe de la pista anima a los payasos a que desinflen los globos para que bajen; las escobas se alargan y me alcanzan y me pinchan con sus filamentos duros.

- No sé porqué no respira ¿cómo se llama esta mujer?... venga, respira joder que puedes hacerlo… carga un bolo de Urbasón y pónselo, a ver si se anima.


“Respira, respira…” oigo desde lo alto de la carpa, y el jefe de pista envuelto en luces golpea con suavidad el globo de mi cara.

Oporto con claveles


Me rodea una multitud de personas con claveles rojos en las manos y caras dichosas. Detrás de mí se ve una pancarta: 

"25 de abril sempre. Fascismo nunca mais". 
Estoy sonriendo con dos claveles en el puño izquierdo levantado (llevo el mío y el suyo, para que él pudiera hacer esa foto). No miro a la cámara: miro directamente a J. con la mirada que siempre guardaba para él. La que guardo aún, aunque él no lo sepa y hayan pasado ya más de veinte años de esa foto y él apenas se acordará de mí y yo ni siquiera sé por qué me sigo acordando...


Querido J.,
he encontrado esta foto en un álbum lleno de fotos inclasificables.
No sé dónde estás; tampoco me importa demasiado. Hay vínculos que persisten al margen de distancias, de tiempo, de vida y de olvidos... (una gota salada cae al filo del teclado y la dejo resbalar hacia la tecla Ctrl, donde desaparece colándose por la rendija inferior).

Si al menos aún creyera en los bárbaros, podría esperar...

Estás ahí, detrás de esa cartulina de sonrisas ilusionadas que fotografiaste hace muchos años en una calle de Oporto.

Hoy, 1 de mayo, habrá otras fotos, otra gente en ellas. 
Yo sonreiré a la cámara digital de algún compañero. Luego volveremos a nuestras casas, defraudados una vez más y con la secreta esperanza de que lleguen de una vez los bárbaros, o que nos secuestre una nube de azúcar...

Volveré más tarde a mirar esta foto y a recordar dulcemente y a rezar en un susurro:
Coimbra, Guimaraes
Oporto con claveles
(25 de abril sempre
fascismo nunca mais)
Lisboa a media tarde
melancolía difusa
en las orillas de Tajo...

(Desaparecimos con el fin de la primavera)