miércoles, 30 de noviembre de 2011

El chico más triste



Era el chico más triste del mundo.
No era la suya una tristeza cualquiera, era esencial, profunda, firme.
La tenía clavada a una memoria intemporal en el ADN que transportaba...
Vivía solo en medio del barullo
Corría por los acantilados entre el miedo y la esperanza
Estudiaba asuntos de alta capacitación que no le interesaban nada
Leía las "Noches blancas" y lloraba
Rezaba a Nietzsche todas las noches
Copiaba poemas de Cernuda y los lanzaba desde el balcón en forma de aviones
Admiraba el vuelo libre de las gaviotas
Lanzaba piedras al mar
Envidiaba a los amantes que se besaban en la parada del autobús
Observaba el paso del amor que nunca se paraba ante su puerta
Atesoraba como suyos los besos ajenos
Cruzaba tembloroso por delante de su imagen
Pensaba que la luna nunca salía para él
Aullaba incrédulo de felicidad si lo tocaba su luz
Justificaba la risa
El destino lo alcanzaba cada día
Construía castillos bajo la arena
Sólo soñaba despierto
Nunca encontraba su ropa
Miraba a hurtadillas el futuro
Depositaba su pasado cada tarde en la orilla de la playa
Deambulaba como las nubes erráticas
Dejaba marchitarse en el cuaderno las flores que pintaba con lápices de colores
Borraba todas sus huellas
Quería sentir, no pensar
Naufragaba a cada instante
Despreciaba el formalismo
Confundía la vida con la bruma
Mezclaba lágrimas y sonrisas y se quedaba con todas
Me amó como un poeta enloquecido.
Lo amé como se ama un imposible.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El frío del escritorio


No tengo nada que decirte, pero no quiero olvidar tu lejana existencia; o quizá pretendo, con este inútil ejercicio de escritura repetida, olvidar que muchas veces ya la olvido. Olvido por fin tu ausencia constante, y yo me resisto porque cada parcela de memoria perdida se queda ya perdida para siempre...
Entiéndeme, no quiero perderte tanto tantas veces.

Va pasando la tarde por el otro lado de la ventana. Me doy cuenta de su paso cansino por el frío que me llega. Se va oscureciendo el cielo y los tejados, se oscurece el aire.

Te escribo con varios jerseys puestos y una bufanda. Ya sabes, es este frío que siempre me parece demasiado, como siempre me parece demasiado el calor de julio, la lluvia cuando estoy fuera de casa y el viento que opone resistencia cuando yo no puedo resistir ni un soplo.

Hace mucho tiempo desde la última vez que hablamos.
Es triste, en medio de tanto olvido, recordar tan fielmente las fechas de hitos que se van alejando sin apenas hacer ruido, sólo dejando atrás días caídos al suelo como si fueran hojas muertas.

Cuento los espacios sin saberte como un rosario de esperas: ya hace cinco semanas desde el último mail, hace más de seis meses desde el último mensaje, hace cuatro meses y siete días desde la última llamada...

Es ya noche cerrada.

¡Que alguien apague esa luna, por favor!

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Pan, peces...


Ayer tuve un sueño que se desarrollaba en la casa de la playa. Desde mi puerta veía unos bancos de peces que se movían como danzarines en aguas claras. 

Este mediodía fui a pasear al parque. Al acercarme al lago vi que un grupo de patos, de pronto, se disolvía en una gran estampida corriendo sobre las aguas en todas las direcciones. Me acerqué a mirar: en esa zona parecía que estuviera hirviendo el agua, me apoyé en la baranda a observar y vi que eran peces, cientos de peces oscuros, grandes y gordos, no sé de qué especie, alguna de agua dulce, quizá barbos -qué más da- 

Un montón de peces bailando una danza como los del sueño de la noche anterior, pero estos cada vez se agitaban de forma más brusca, parecían estar enloquecidos moviendo furiosamente las aletas y las colas y contorsionando el cuerpo... Entonces vi emerger un trozo de pan, era la presa que se disputaban. Los peces se dispusieron en forma radial alrededor del mendrugo, con las cabezas casi juntas lanzando bocados al bollo y a las cabezas vecinas, cada vez más rápidos y más frenéticos en sus movimientos. El pedazo de pan subía y bajaba en razón de las embestidas que recibía, y la danza de los peces era algo desagradable, violento, feroz. Siguieron un rato así, hasta que lograron hundir definitivamente el pan y se lo terminaron de comer. En un segundo desapareció el grupo y se calmó el pequeño oleaje circular ocasionado por la lucha que habían estado manteniendo. 
Me pareció un espectáculo muy crudo.
Una alegoría terrible. 
Por eso duele tanto mientras  vuelvo a casa, donde la comida está siempre disponible...

" Pues verás como cuando estés comiendo no te duele tanto" me dice una voz interior terca y cínica. Segura.

Hay noches... y noches


Hay noches que parecen más largas y más sombrías de lo normal.
Algunas adquieren una atmósfera casi fantasmagórica por ciertos detalles, a veces evidentes, a veces difíciles de precisar.

Anoche me acosté dispuesta a dormirme enseguida, pero fracasé rotundamente en mi empeño.
Tenía la cabeza llena de "ruidos" referentes al pasado inamovible, al futuro inexistente, a previsiones imposibles, a esperanzas vanas y desesperanzas igual de vanas... Todo lo que sé que es inútil alimentar de día, de noche me asalta.

Después de dar varios cientos de vueltas por encima de la cama decidí salir de esa trampa antisueños y hacerme una infusión caliente. Era ya muy tarde, o quizá demasiado temprano, pero tomaba mi infusión dispuesta firmemente a terminarla y dormirme enseguida. Me puse ante la ventana del dormitorio con la taza en la mano a ver caer la lluvia lenta y persistente en la calle vacía. Era tan tenue esa lluvia, que sólo podía verla mirándola pasar ante las luces de las farolas y caer en los charquitos de las aceras levantando pompas...

Estaba en esa contemplación más o menos narcotizante cuando de pronto el escenario se animó: un coche se estampó como un bólido contra la puerta del taller mecánico de enfrente; unos chicos salieron de ese coche y empezaron a forzar la puerta metálica con palancas. Se movían entre el coche empotrado y la puerta desvencijada con cierta gracia, como si llevaran ensayada una coreografía. Llegaron de pronto dos coches de policía, se pusieron a ambos lados del coche estrellado, salieron de ellos unos cuantos agentes y rodearon a los atracadores... Ya digo, como una película. 
Pero todo era muy raro, rarísimo, porque ese espectáculo apabullante se desarrollaba en silencio absoluto: unas escenas que debían ser de puro estruendo, eran perfectamente silenciosas.
Yo escuchaba el rumor suave de la lluvia en la calle pero no los ruidos que debían estarse produciendo, inevitablemente, en la acera de enfrente.
Pensé que me habría quedado sorda de repente para los sonidos fuertes y puse la radio para comprobar o refutar la tesis: escuchaba claramente las voces de "Hablar por hablar" en la cedena SER, pero nada de lo que ocurría en la calle. Los policías y los chicos se refugiaban de la lluvia en los portales aledaños, en un totum revolutum desconcertante, como si fueran componentes del mismo grupo, con los tres coches allí parados... Y todo estaba en silencio, todo, menos el susurro del agua cayendo leve tras la ventana y la radio que sonaba en la mesita.
Pienso que quizá haya una explicación física que justifique esto, algún fenómeno acústico... ¡qué sé yo!
Pienso también que me estoy volviendo loca.
De nuevo.
No para de llover...

lunes, 21 de noviembre de 2011

Café, por favor



Recorrió la calle inhóspita en una mañana lluviosa y repleta de ausencias, sólo por encontrar un sitio con un café reconfortante... Al menos esa era la excusa para echarse a andar, pese a la humedad densa del ambiente y contra la pereza que trata de retenerla siempre: un café fuerte, aromático, caliente y servido en una taza bonita. Ella tiene esas manías desde que era muy joven, pequeños vicios de pequeña burguesa, le decían sus compañeros.

Le gusta el ambiente pueblerino de un pequeño café que conoce, en una calle estrecha; han retirado los veladores de la puerta por la lluvia. Pide el café y sale al portal con la taza en las manos, dejando que caigan sobre ella y su café pequeñas gotitas rebotadas de las paredes del bar y de la chapa que cuelga sobre la puerta. No se da cuenta de que pasa el tiempo, ni de que se está empapando gota a gota, ni de que el café se agotó hace rato y queda ahora un poso frío pegado al fondo, ni de que disminuye la gente por la calle estrecha ni de que cierran las tiendas porque es la hora de comer... 
Cuando a un camarero se le cae la bandeja, el estrépito metálico la saca de su sopor. Está tiritando, paga el café y se va.

Piensa ir a visitar a un amigo que vive cerca de alli, pero vaga por las calles sin decidirse y se va alejando de la zona. Deja atrás el centro y sigue andando bajo los plátanos chorreantes de agua en una avenida ancha. Pisa una alfombra de hojas podridas, amarillas y marrones, lleva el pelo mojado, las manos heladas en el fondo de los bolsillos, los pies chapoteando en los calcetines empapados... De repente, la ráfaga dura de un recuerdo le atraviesa el pecho y el dolor le da un golpe tan directo que se queda parada un instante bajo esos árboles goteantes; luego sigue su camino, llorando, pensando que cuando llegue a casa escribirá esa carta que lleva demorando tantos días, que la enviará enseguida. Piensa también que hará su maleta pequeña y que mañana se irá con su perro a Tarifa, y de allí a Tánger en el Ferry y luego a Asilah... 

Sí, eso hará, todo eso y en ese orden. En Asilah estará bien unos días, con Abdel, que siempre se alegra de verla, que siempre la abraza mucho y le hace té muy dulce, y pasearán por la playa desierta bebiendo el aire
Atlántico que tanto le gusta...
Eso hará.

En la casa se seca el pelo y las lágrimas, se cambia de ropa, deja de llorar y mira por la ventana el goteo incansable de los canalones de enfrente. No escribe la carta que lleva tiempo demorando, no prepara la maleta ni piensa en los abrazos de Abdel ni en el té dulce.
Se sienta y acaricia al perro lentamente, lentamente...
Mientras, llueve.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Elecciones y esas cosas

Espero el resultado de las elecciones, sabiendo ya que hay una mayoría absoluta de la parte que menos me gusta, de la que no me gusta nada, exactamente...
La derrota: un término interesante desde muchos puntos de vista, digno de ser analizado con calma. Un concepto a partir del cual se pueden extraer diferentes reflexiones a muchos niveles. No haré nada de eso, no me pondré a explorar todos estos caminos de reflexión en el presente post: sería extremadamente complicado, además de no responder a mi interés de este momento. 
Pienso sólo de forma rápida que la derrota afecta al sistema democrático en su base, dado que son los mercados quienes eligen, en última instancia, a nuestros representantes; son los juegos financieros quienes hacen derrapar la estructura social con sus devaneos insensatos e interesados, al margen de los gobiernos, o con su connivencia mejor dicho, y más allá, mucho más allá, de cualquier forma de responsabilidad y de remordimiento por los daños causados y por las bajas que quedan en el camino cuando los juegos terminan y los juguetes se rompen.

Espero los resultados que ya sabemos desde hace tiempo.

Mientras tanto, supongo que algunos índices bursátiles comienzan a subir.

Espuma de sueños


En mi casa no hay blanda arena que lleve al mar -las losas son duras y frías-
No hay olas verdes con algas largas como cabellos enredados.
Me sumerjo lentamente en un tazón de café negro tropezando en los escollos de la triste melodía de Alfonsina. Los caminos de coral me llevan de la cocina, huella a huella, a la inmersión en la cama: me dejaré arropar por sábanas oceánicas de hilo de plancton.
No hay cinco sirenitas que me esperen, ni una nodriza a quien dejarle algún recado, ni sé si podré dormir en paz. Soñaré con caracolas insonoras y con conchas deshabitadas.

Miro a través de una nube y puedo verme.
A veces llegan los bárbaros, aunque no los estemos esperando, y entonces los días tienen sentido.
Como adquiere sentido un papel escrito pegado a la pared durante años, aunque al final acabe sucumbiendo.

Estoy decepcionada y harta de esperar a los bárbaros y tal vez la arena ya no conduce al mar...
La espuma del sueño se derrama en la orilla y yo escucho sola esa voz antigua de viento y de sal.
Y dicen que ya no hay bárbaros.

Un día cualquiera.



Me despertó una llamada incomprensible de madrugada. 
El sueño huyó lejos, pero me dejó a merced de un estado cercano a la narcolepsia. 
En un bucle alocado se me fue la noche. 
Me he despertado varias veces sobresaltada viendo la lluvia en la ventana, sintiéndome y doliéndome a mí misma. 
Recuerdo vagamente un golpe en la cabeza contra algo duro en uno de mis recorridos sonámbulos por la casa, en algún momento.

Decidí levantarme del todo cuando el roce de la cama se me hacía puro sufrimiento en varias zonas del cuerpo. Fui al baño y con cautela, poco a poco, empecé a mirarme. En la semioscuridad del día vi una cara parecida a la mía habitual pero sin simetría: había desaparecido la línea del pómulo en la mejilla derecha, el labio estaba hinchado y un hematoma empezaba a ganar terreno por la comisura y se extendía hacia la barbilla, tenía sangre seca en la frente y el hombro derecho estaba rígido y doloroso... Cuando terminé el recuento de daños encendí la luz y me sonreí para darme ánimos y evitar llorar, no tanto por las lesiones como por la imagen penosa que me devolvía el espejo.

Luego me he tomado un café con antiinflamatorios y al pasar por el salón, de vuelta a la cama, el ordenador apagado me ha hecho un guiño solo para mí. Lo he encendido y te he visto ahí,  mirándome tan cariñoso pese a mi aspecto de apaleada, que me dieron ganas de llorar de ternura, sintiéndome acariciada por tus palabras que  alivian como manos suaves... Pero no es cierto, no estabas, no hay nada tuyo ahí. 

Volví a la burbuja protectora de la cama con una bolita de angustia tibia en la garganta.

Me aíslo en la monotonía, el tiempo va a su ritmo. 
Me reconforta no tener ambiciones ni apego a las cosas; a veces me dejo enredar por algún que otro "crucigrama" cotidiano -dificultades, problemas, decepciones- pero la almohada pone cada cosa en su sitio.

Éste es un día cualquiera, en principio neutral y sin pretensiones. Un día sin nombre.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Tormenta de otoño





Ningún asunto pendiente, nada me retiene...

La rutina, sólo ella pone cordura en la sucesión del tiempo y sus ajustes.
Podría irme a otro sitio a divagar, a leer poco, a escribir menos,
a seguir olvidando a la guitarra en su rincón,
a pasear por las orillas de los días.
Podría...

Pasó el tiempo de noviembre con luna llena.

Siento que vivo en una nube y no sé si estoy cómoda aquí,
mis nubes suelen deshacerse.
Cualquier viento -un simple soplo- un poco de lluvia
un avión que pasa... y las nubes se deshilachan
y desaparecen.

¿Y quién o qué me ata?
Tal vez una cometa sea ejemplo para mí: suelta y anclada a un cordel...

Veo descargar la tormenta en este día oscuro, casi negro.
Anoche soñé con una golondrina que quedó atrapada en el alero de la ventana mientras su grupo volaba hacia el sur. Ella intentó salir, pero los rayos le hirieron las alas. El cristal estaba entre nosotras y era como un velo de tristeza transparente. Sus alas y mis dedos tocando esa tristeza...

Me asusta que la golondrina, tan frágil, tan pequeña, quede aislada en ese alero.
Su imagen trae aromas de marzo,
recuerdos de mundos inconsistentes,
espejismos de la razón o del corazón
que es a veces tan razonable y a veces lo es tan poco.

Sigue la tormenta.
No hay golondrinas atrapadas en mi ventana, todas se fueron al sur.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un lugar para vivir


Me dijiste que me quedara a vivir en tu corazón, “¿dónde exactamente?” pregunté, y sin pensarlo me ofreciste gentilmente tu ventrículo izquierdo: “ahí seguro que te sientes cómoda” dijiste “tienes tanta facilidad para que tu cuerpo se adapte a los espacios más insólitos…” y reímos recordando lo bien que me acoplo siempre sobre una roca, o sobre el tronco seco y caído de un alcornoque, sin que las rugosidades de una y otro me hagan daño. Reímos de esa facilidad mía para acomodarme a los divanes más extraños, que tú no soportabas porque torturaban tu espalda y tus manos, tu cuerpo entero.
Entonces ocupé ese ventrículo ¿Cómo no iba a sentirme allí cómoda? Un espacio vivo y caliente, mecido con un vaivén continuo a compás de latidos suaves y armónicos, un lugar a mi medida, dijiste, y yo me metí en él y me sentí en casa. Era el refugio que necesitaba. 
Pasaron meses y años y me adormecía al amor y me desperezaba en tu centro vital, donde la luz de Sirio era permanente.
No me di cuenta del golpe de sangre que me arrojó en una sístole salvaje aorta arriba. Cuando reaccioné, navegaba aturdida por el torrente sanguíneo rodeada de células burlonas, blancas y rojas, que me indicaban la salida a una circulación periférica, eso decían: periférica. Pasé del centro a la periferia perdiendo por el camino luz en polvo, nanas de estrella, presencia viva.
Me dijiste que viviría siempre en un rincón de tu ventrículo. Pero estoy aquí, atascada en un lagrimal por donde finalmente debo salir a chorros de tu vida.
¿Y porqué me acuerdo ahora de esto? Hay luna llena, dentro de unos días será 7 de noviembre... 
Eso es todo, y es de noche.