lunes, 24 de octubre de 2011

Una nube que pasa



Anclada al fondo duro de la monotonía
en la ensenada rota del final del verano
despliego algunas veces unas alas azules
con las que emprendo el vuelo a un otoño tardío.

Tiro las rendiciones que me lastran las horas
me deshago del peso de las culpas mohosas
abandono a su suerte la última derrota
-que flota a la deriva por un tiempo-
y despego de un salto tras la nube que pasa
tras un soplo de aire
tras la lluvia de octubre.

Siempre interrumpe el vuelo
la tenaz realidad
la rutina del día.

sábado, 22 de octubre de 2011

Portada de un diario


Juanjo me ha preguntado esta tarde qué opino sobre la muerte de Gadafi y me ha pillado en bragas, como suele decirse. 
De repente me he dado cuenta de lo muy abandonado que tengo el asunto de leer prensa, reflexionar sobre los hechos políticos, analizarlos a la luz de la historia, relacionar hechos, interpretarlos, extraer algunas conclusiones -que tengan para mí sentido- de los sucesos que, para bien y para mal, marcan las políticas mundiales y, en consecuencia, son importantes para la gente.

Cojo su periódico y lo miro mientras él va a la cocina a por más café: la foto de Gadafi muerto me golpea y me sobrecoge; la noticia pierde fuerza al lado de los titulares sobre el Comunicado de ETA, pero miro la cara de Gadafi muerto y digo, casi grito: ¿lo han ejecutado? me recorre un latigazo de horror leyendo por encima las declaraciones de los líderes occidentales, que, sonrientes, enaltecen con esa muerte el triunfo de la libertad. La sagrada Libertad. Pienso en las muertes de Bin Laden y de Saddam Hussein, todas ellas con un tufo indiscutible de ejecuciones "en favor" de la libertad y de la democracia... Miro a Juanjo, me siento tan triste, tan abatida, que apenas me sale la voz del cuerpo: así, sobre esta base de mentiras, se va a construir un nuevo sistema social en Libia... Suelto el periódico porque me resulta hiriente la sonrisa triunfal de nuestros próceres ante la muerte -¿asesinatos?... hay que aclarar muchas cosas- de sus mayores compradores de armas.

El café se ha vuelto a quedar frío y le propongo a Juanjo dar un paseo por el parque.
Mezclamos la conversación sobre la crisis con comentarios sobre los colores de las hojas de los árboles, que al fin amarillean. 
Vuelvo a casa en bicicleta respirando a fondo el aire de la noche y los gases de los tubos de escape. Los coches me adelantan pasando a dos palmos de mis pedales, como si tuvieran mucha prisa ¿Para qué corremos tanto?...

¿Encontraremos nuevos compradores de armas para que nuestra industria no decaiga, mientras nos repartimos el petróleo libio?

domingo, 16 de octubre de 2011

Desayuno con C. (de crisis por los cuatro costados)


Cuando yo era chica, siempre tenía la sensación de  que el domingo se me iba por el desagüe, perdido entero por el hecho de perder una hora en misa. Era sólo una hora, pero me fastidiaba el día libre, que debería haber sido entero para perderlo con mis propios criterios de pérdida y no con otros, ajenos a mí.
Esta mañana me ha llamado C., una amiga que estuvo ayer de guardia de 24h en una unidad hospitalaria difícil y compleja, demoledora para el ánimo. Me llama al terminar la guardia, machacada, y me dice que viene a desayunar. Se ha llevado hablando cinco horas, pero ha sido imposible entrar a sus sentimientos: ha mantenido cerrado a cal y canto su corazón, por razones de seguridad, entiendo.
Ha barajado todas las teorías sobre la crisis del sistema sanitario, del sistema social en su conjunto, de los sistemas de valores, etc, etc… Pero no ha dejado un solo resquicio abierto para mirar hacia adentro, para mirarse, y cuando yo le señalaba esa falla en su discurso volvía de inmediato a un bucle perverso sobre cómo gestionamos de mal los propios sentimientos, de modo que se perdía entre la hojarasca de sus palabras nuevamente, para evitar la confrontación con su propia gestión vital, con SU manejo de SU vida. 

De alguna forma me recordaba esos estudios sociológicos en que los detalles se pierden en un conjunto cerrado en el que las calles, las personas, los afectos, dejan de tener existencia real en favor de los datos estadísticos. He tenido la impresión de que mi amiga, consciente y voluntariamente, diluye la percepción de su vida en leyes generales. Huye de un caos personal a través de teorías que, siendo absolutamente impersonales, engloban a las personas .
 Ha dejado un halo de despropósito en mi cocina. 
Yo comprendo: es duro sobrevivir en medio de disparatados esquemas, y ella, que es de una inteligencia extraordinaria, se organiza un mundo a medida de lo inalcanzable. Por eso deambula desde hace tiempo por los límites de las cosas. Por fortuna, no cae demasiadas veces en el pantano de irrealidad que bordea permanentemente de manera tan “natural”.
La quiero tanto que me dan ganas de zarandearla. Pero sólo puedo abrazarla y transmitirle que estoy siempre cerca. Cuando se ha ido, lo primero que he hecho es asomarme a una ventana y lanzar un grito, para escuchar algo más humano que el frío análisis lúcido de una situación dolorida.
No he perdido esta mañana de domingo si de algo le sirvió a C. echarme encima su saco de teorías. Pero la experiencia con ella me dice a voces que no le sirve.

jueves, 13 de octubre de 2011

A R., mi gato


Sus pasos afelpados me siguen por la casa.
Se oculta tras la aspidistra o bajo el vuelo de la cortina, siempre alerta.
Me salta al codo cuando paso cerca de la mesa del comedor, y a los bajos del vaquero si está de guardia detrás de la puerta de la cocina, intrépido cazador; yo simulo sobresalto y él se aferra al dobladillo duro del pantalón y mordisquea los tobillos con gozo.

Aúlla desde el brazo del sofá mirando el paso de abejarucos por la ventana, y caza con deliciosa elasticidad el simulacro de pájaro de plumas azules que lanzo al aire.

Mirándolo vivir, quedo plenamente convencida de que la imaginación no es patrimonio exclusivo de la humanidad.


Los gatos son seres exquisitamente independientes. Parecen deidades desdeñosas y altivas casi siempre. A veces se convierten en bolas de pelo caliente que buscan caricias, se restriegan contra las piernas, se meten bajo el brazo, se colocan entre las manos y las páginas del libro que quieres leer, buscando contacto. Pero... pobre de ti si los tocas más de lo que desean, porque entonces se enfadan como ellos saben: dan un manotazo de uñas afiladas y saltan lejos.
Cuando sucede, me quedo pensando hasta dónde se puede invadir la intimidad de un gato. Y hasta dónde se puede ignorar a un gato, cosa que tampoco parecen soportar: cuando me voy por un tiempo, el mío, aunque se queda cuidado por otras persona, a mi regreso me trata con desprecio, pasa por mi lado sin mirarme, sólo le falta silbar o escupir para que me dé cuenta de cuán grande es su orgullo herido por mi abandono.

Vivir con ellos es muy fácil si una es de la misma pasta de los gatos, o lo pretende.
Comprendo bien a mi gato: independiente, solitario, buscador de caricias puntuales, alma libre de felino recluída en un universo ficticio.

Ayer me recordaron que ya es viejo para ser gato y me entró una congoja imprecisa al verlo estirarse al sol, ajeno a todo salvo a almacenar calor entre su pelaje, como si fuera una batería viva. Pareció intuir mi sentimiento: se vino hacia mí y durante un minuto entero lamió la palma de mi mano. Luego volvió al sol.

sábado, 8 de octubre de 2011

En un papel


Lo conocí hace tiempo, por casualidad. Llegó a mi casa, como a otras vecinas, repartiendo papeles con su teléfono y postulándose para todo tipo de chapuzas domésticas, "y otras", añadía misteriosamente el papel de su presentación. Yo lo cogí y le pregunté si sabía algo de jardines, me dijo que sí, que sabía de todo. Quedé en que lo avisaría para la poda de enero. Luego se me olvidó.
Pero llegado marzo me di cuenta de que aquello era una selva de malas hierbas y cactus. Entonces recordé el papelito. Lo busqué por todos los cajones hasta dar con él en uno de los de la cocina; estaba arrugado y medio escondido entre cajas de cerillas húmedas y abrelatas oxidados. Pero allí estaba, con el teléfono y el nombre: Wilson Guevara.

Lo llamé al día siguiente, pidiéndole ayuda urgente en mi arrebato súbito de desesperación ante lo que parecía una subversión vegetal. Le pedí que se pasara aunque sólo fuera para cortar las palmas más ariscas de las palmeras, que no me dejaban ni pisar la gravilla, con sus miles de espadas apuntándome desde todos los rincones. Me dijo que quizá el viernes podría…Yo le insistí “que total, un momentito”, y me dijo con su peculiar forma de hablar que sacaría un hueco si podía.

Lo cierto es que no lo tomé en serio, en parte por su tono entre dubitativo y cantarín y en parte por mi natural escepticismo a creer que puedo conseguir de buenas a primera lo que necesito. Pero para mi sorpresa, gratísima, cuando a los dos días salí al porche sin más esperanza que calentarme las manos con el tazón de café y el alma con la luz mediterránea, me lo encontré, sierra en mano, cortando ramas y dirigiendo a otro muchacho en la tarea de podar las palmas excéntricas. Nos saludamos y saqué café para los tres.

Ha pasado el tiempo.
Ahí está, arrancando matojos, y nos miramos y nos sonreímos como la primera vez.
Saco la cafetera a la mesa del porche y lo llamo para que no se nos enfríe el café. Se acerca y me besa, trata de coger la taza con los guantes aún puestos, nos reímos...
Ahora tenemos un jardín transitable y compartimos los cafés y el sol de los días, la lumbre de las noches, la incertidumbre permanente de las almas.
Hace tres años que lo conocí.

viernes, 7 de octubre de 2011

A punto de olvido





Tengo que seguir hablando contigo o me volveré loca. 
No te puedo pedir respuestas
no cuento con estar en tu cabeza 
ni en tu corazón 
más allá de lo que puedas estar conmigo en tu recuerdo, 
que será menor cada vez. 

Cada día que pasa juega en mi contra.


Me cuesta abrir el correo, sabiendo 
que ahora no estás nunca por ahí. 
Por ningún sitio estás, y se me rompe el alma. 

Sigo aquí, agazapada: si me llamaras iría...


Nos cruzamos como dos astros disparados al azar y, 

como un milagro, 
nuestras fuerzas imantadas se atrajeron. 

Exactamente un milagro. Es tan vasto el universo...

¿Cómo fue que coincidimos?